Una serie: The Old Man
Pasan las décadas y uno no se cansa de las historias de espías. No solo porque sigue habiendo espionaje en este mundo donde conviven una creciente superabundancia de información y una intensa competencia por el acceso a la parte de ella que está bajo secreto, sino porque siguen siendo una herramienta para observar la mecánica del poder y para plantear grandes conflictos dramáticos, esas disyuntivas a las que se enfrentan los personajes principales de un drama desde Esquilo para acá. Por ejemplo, qué es el deber, qué es el patriotismo, hasta qué punto se puede justificar la brutalidad en nombre de la defensa de los tuyos.
En esta serie de FX de ocho capítulos, basada en una novela de Thomas Perry, un antiguo asesino de la CIA que se había involucrado demasiado en Afganistán en los tiempos de la invasión soviética, y que lleva tres décadas viviendo en la clandestinidad bajo distintos nombres falsos, se encuentra de pronto como el objeto de una cacería por parte de sus antiguos patrones. Debe sobrevivir y proteger a quienes quiere pero no como el hombre que era, sino como el hombre que es: de más de 70, preocupado por sus facultades mentales, y solo parcialmente aliviado por la cercanía de la muerte a la hora de tener que renunciar a lugares y a personas, o de llevárselas por delante.
Es el viejo argumento del pasado que regresa de la sombra, pero con varias capas de relato sobre la vejez, el deber o la paternidad. Como corresponde al género, hay que prestar atención porque cada personaje oculta cosas. Sobre todo, esta serie está hecha con una gran elegancia: sin sexo gratuito, sin violencia excesiva, con una dirección impecable, y con grandes actores sosteniendo todo, como Jeff Bridges, John Lithgow y el que debe ser el mejor papel hasta ahora de Alia Shakwat.
Una película: Athena, de Romain Gavras
Esta puede parecer una película muy 2022, tanto por su anécdota de partida (el asesinato de un adolescente que provoca un estallido juvenil en un complejo de la banlieue parisina) como por su alarde técnico desde la secuencia 1. Sus largos y abundantes planosecuencia son en efecto muy impresionantes, sobre todo porque están justificados. Pero Athena no es parte de ese cine totalmente superficial que sirve sobre todo para vender televisores de mil dólares. Esto tiene más que ver con La batalla de Argel o Tarde de perros o cualquier otra gran película sobre sacudones sociales de los 60 o los 70. Como pasaba con esas grandes piezas, tiene el arrojo del corresponsal de guerra para sumergirse con la cámara en el centro del combate, y también del urbanista que ha entendido que esos colosos ideados por émulos de Le Corbusier para encerrar gente en un haz de torres junto a una autopista se pueden convertir con facilidad en cárceles para familias y en fortalezas para delincuentes.
No quise mi mirar lo que se ha dicho de ella en Francia, en esta era en la que la opinión pública tiende con demasiada frecuencia a reducirse a un contrapunteo de fanatismos, pero al menos a mí, que no soy francés, me pareció sensata y realista, en particular en cuanto a cómo plantea que la violencia viene de muchos lados y que en estas cosas es difícil distinguir al bueno del malo. Dirigida por el hijo de Costa Gavras -otro cineasta político- , Athena se asoma al ciclo de exclusión y violencia entre las juventudes racializadas de Francia mediante un recurso narrativo muy antiguo, el de exponer arquetipos en un grupo de hermanos: la víctima sacrificial, el soldado, el ladrón, el revolucionario y el loco. La historia resultante es la acumulación de consecuencia de lo que hace cada uno a lo largo de un día y una noche. Dale una oportunidad, merece mucho la pena.
Un libro: La plus secrète mémoire des hommes, de Mohamed Mbougar Sarr
Esta novela de un joven escritor senegalés radicado en Francia ganó el premio Goncourt el año pasado. Los premios literarios, lo sabemos todos, son una operación de mercado, sobre todo en el caso del Planeta, el más lucrativo del mundo; pero también sirven para revelarle a uno grandes autores que no conoce, de otros lados con los que uno no cree tener relación alguna. Pero la verdad es que puedo empatizar mucho con las angustias, las tonterías, los sueños sin cumplir y las pesadillas con basamento histórico que puede experimentar un escritor africano en Europa.
Este libro, que debe su título y parte de su tema al escritor chileno Roberto Bolaño (tal vez el autor latinoamericano más influyente allende nuestra lengua luego de Borges y García Márquez) es la historia de la búsqueda de un escritor senegalés desaparecido, que en 1938 había publicado en Francia una novela tan impresionante que muchos criticos franceses dudaron que un africano sería capaz de hacerla. La necesidad del protagonista - un escritor senegalés del presente que sobrevive con una beca en París y ve a sus padres envejecer por una pantalla - por comprender la historia de esa novela lo lleva a una pesquisa internacional que podrá a prueba lo que él cree que son su identidad y su vocación. Esta es una joya, una gran novela. Lo ideal es leerla en su exuberante y divertido francés, pero está traducida al español, claro, en Anagrama.
Un álbum: Talking Book, de Stevie Wonder
Esta será una de esas entradas en Cósimo en que en vez de comentar algo nuevo se rinde homenaje a algo viejo que debe ser redescubierto por quien no lo conoce.
Yo no había nacido el día de 1972 en que salió este album al mercado, y hoy me pregunto cómo habrá sido comprarlo, sacarlo lleno de estática de su sobre y empezar a escuchar estas canciones en el plato por primera vez. Arrancar el lado A con ese piano Rhodes haciendo escaleras hacia arriba, al comienzo de esa pieza que Stevie le hizo a su hija, y luego voltearlo para empezar el lado B con una canción tan movilizadora como “Superstition”, con ese teclado Hohner Clavinet atravesando desde entonces nuestra cultura y sacando a bailar a Liv Tyler en Stealing Beauty. Medio siglo ha pasado y ese poder es indoblegable.
Stevland Hardaway Morris tenía solo 22 años, pero este era el segundo album que sacaba ese año, el décimo quinto de su carrera. Sus letras cubren tanto lo íntimo del amor como lo colectivo de los intensos conflictos de su país en ese momento (conflictos que siguen vivos, por cierto). Su música está llena de experimentación con la nueva tecnología de sintetizadores, porque Stevie estaba decidido a rebasar los confines del soul y de la etiqueta del R&B que había hecho desde niño. Talking Book es un gran disco en una era llena de ellos, y que conserva intacto su valor más allá de la influencia que ha dejado.
Una artista: Suwon Lee
Tiene nombre coreano, pero es venezolana esta galerista y artista visual que usa la fotografía como su medio principal. Yo la verdad es que no sé explicar bien la naturaleza de mi fascinación por su obra, pero tampoco me preocupa, porque con el arte contemporáneo a veces las palabras están de más, sobre todo cuando las dice alguien sin formación profesional sobre sus disciplinas. Pero te puedo contar que hizo unos relojes que expresan la avidez que uno tiende a sentir por presentar una identidad específica que los demás entiendan, cuando dejas tu país atrás. Y unas fotos de Araya o de Seúl que te hacen pensar en planetas extraños. Explora su trabajo aquí.
Un podcast: Así como suena
Esta semana aprendí que las palmeras son un símbolo de la Ciudad de México, y fueron sembradas como parte de una gran reinvención identitaria que tenía que ver con Tutankamon, la Revolución y los mambos de Pérez Prado, ahora se están muriendo por culpa del cambio climático y las palmeras importadas. También cómo la Colonia Condesa se ha ido convirtiendo en un barrio internacional, y por tanto caro, a causa de los nómadas digitales que bajaron desde “el gabacho” para vivir allí con sus dólares. Este podcast mexicano hace la clase de periodismo que me gusta: junta entre sí cosas que parecen desconectadas, acude a quienes saben, y lo cuenta todo con placer y con sensibilidad.