Primero una disculpa por la tardanza a comienzos de este año. Aquí estamos de nuevo. Pero al menos tengo un buen pretexto, espero.
Una serie: Tales from the Loop
¿Cómo etiquetar esta miniserie de Amazon? En principio es ciencia ficción. Pero no hay un genio malvado, ni una gran catástrofe, ni un viaje a las fronteras del cosmos. Hay otros temas clásicos del género involucrados, como el sueño de jugar con el tiempo o el de imitar a dios creando androides; pero Tales from the Loop no se queda ahí, sino que como las grandes fábulas, y también como las mejores obras de ciencia ficción, opera con diversas obsesiones universales que no se agotan nunca. Como el tema del doble, el pavor ante la mortalidad, la resistencia ante el duelo y las relaciones entre padres e hijos.
Es ciencia ficción, sí, sin catastrofismo apocalíptico y también sin triunfalismo. Es más Bradbury que Ballard, más Wenders que Cronenberg.
Aquí no verás tecnologías tipo Wakanda que hacen lo inimaginable, sino proyectos abandonados por que salieron mal, cuyos desperfectos son precisamente los que generan las historias. The Loop es un experimento que se quedó en el camino, pero que absorbió las vidas de la comunidad que se dedicó a él, sin grandes programas utópicos y, como se nota también, sin demasiado presupuesto ni agenda política. Sólo un pequeño pueblo en la nada donde pasan cosas rarísimas, hermosas y fascinantes.
Una película: Belfast, de Kenneth Branagh
He seguido la carrera del actor y realizador Kenneth Branagh desde que estudiaba periodismo y me la pasaba buscando libros baratos y metido en el cine. Al principio me resultaba excesivo, me aturdía; con el tiempo me fue gustando mucho más lo que hace, frente a la cámara y detrás de ella. No tenía muchas expectativas de Belfast. Así que cuando le di play en Netflix, no sabía que me dirigía a una emboscada. Y no sólo por la elegancia y la sensibilidad con que está hecha, ni por su bella fotografía en blanco y negro para el pasado y en color para el presente. Sino por su final.
Belfast pertenece a esa gran estirpe de historias de los conflictos vistos desde el punto de vista de los niños. Hay muchas novelas y películas que tienen esa perspectiva; desde El tambor de hojalata a El laberinto del fauno y JoJo Rabbitt. Tienden a presentar el contraste entre la ternura de la mirada infantil, la incomprensión ante los asuntos de los adultos que pueden ser tan desconcertantes y absurdos, y el dolor o el trauma. Belfast plantea muy bien cómo los conflictos políticos a gran escala -en este caso, la tensión religiosa en Irlanda del Norte a finales de los 60, lo que llaman The Troubles- se traducen en violencia cotidiana que destruye el paraíso de la infancia. Ahí es donde uno - espectador venezolano que ya no vive en el lugar donde creció pero nunca jamás ever never olvida ni un segundo que es de ahí y no de ningún otro lugar en la tierra - empieza a sentirse identificado.
El mundo exterior contamina tu barrio, tu calle, tu cuadra, tu casa, y terminas sintiendo que ya no puedes seguir ahí, porque te van a matar.
Branagh es un actor e hizo una película para actores. Todos son extraordinarios, empezando por su protagonista, Jude Hill, que tenía once años cuando Belfast se estrenó. Pero el final se lo dejaron a nadie menos que a Judy Dench. Y suelta cuatro líneas que salen como flechas de esa calle de ladrillos hace más de medio siglo bajo un cielo gris, atraviesan océanos, años, periodos en los que supuestamente todo cambiaría y esas cosas ya no ocurrirían más, y te alcanzan donde estés y se te clavan en el corazón.
Hay unas cuantas buenas películas sobre el rollo de Irlanda del Norte. Recuerdo tres en particular: The Crying Game (1992, de Neil Jordan), que desmonta con brillantez el cliché del zelote sin sentimientos y ridiculiza el fanatismo; la muy conocida In the Name of the Father (1993, de Jim Sheridan), en la que Daniel Day-Lewis es un irlandés inocente de terrorismo pero que cae preso de los ingleses; y '71 (2014, de Yann Demange), una película de acción narrada casi en tiempo real, con una visión muy precisa de lo difícil que era navegar un teatro de guerra en el que había que correr de un patio a otro sin saber si la siguiente calle era territorio hostil, neutral o amigo.
Hablando de la familia como universo narrativo: me gustó muchísimo la mexicana Familia, también en Netflix, dirigida por Rodrigo García (un tremendo cineasta cuyo padre escribió un libro que llaman Cien años de soledad). El plot te sonará al de muchas otras películas: la familia que se reúne para una comida en la casa familiar y termina peleando y medio reconciliándose. Pero en este caso se desarrollan con complejidad otras dimensiones, como la vida pendular entre un país y otro, la estrechez de los roles de género y las complicaciones de la herencia.
Cambiando un poco de tema; no es para todo el mundo y no sé si te gustará, pero me pareció interesantísima la estrategia narrativa de The Eternal Daughter (en Netflix, escrita y dirigida por Joanna Hogg). Tilda Swinton hace dos papeles: una cineasta y su madre. Las dos se van a un hotel en la campiña inglesa, una antigua casa señorial donde años atrás habían vivido, y al principio todo parece un viaje de reconstrucción de la memoria para las dos. Pero no parece haber más nadie en el hotel, de noche las dejan solas, hay ruidos muy extraños en los pisos de arriba… Lo que parece una película se transforma en otra y luego en otra cosa más. Una película sutil, cuidadosa, muy inteligente.
Un libro: Guerra y paz, de Lev N. Tolstoi
Soy más o menos flexible con este viejo asunto de los discos o las películas o los libros que tienes que conocer en tu vida. Yo creo que ninguna lista universal puede ser válida para todo el mundo, y que por muy relevante que cierta crítica o institucionalidad haya decidido que es cierta obra de arte en particular, uno no tiene que creerse eso a pies juntillas. O en todo caso, aceptar que sí, El hombre sin atributos puede ser importantísima pero tal vez a uno no le dirán nada los rollos existenciales de un señor al final del imperio austrohúngaro, así que no tiene por qué leérsela. No me gusta hablar de lecturas obligatorias fuera de un pensum educativo; la lectura es placer.
Dicho esto: he agarrado unos cuantos clásicos y muchos los he soltado. He rebotado con Proust, con Faulkner. Gallegos me cuesta mucho hoy, no me gusta que me estén dando clases mientras leo una novela. Tampoco pude con Los miserables; mi mentalidad periodística de la eficiencia no lo aguantó, menos si además tenía que navegar el francés de Victor Hugo. Otros los adoro, los releo, los tengo conmigo en varias ediciones; mi cosa con Homero y Marco Aurelio roza la veneración. Pero siento que hay unos que no tienen mucho que decirnos, que se han vencido por lo que cuentan o por cómo lo cuentan o porque sus ideas ya nos resultan inaceptables.
Este invierno agarré Guerra y paz, con el que había rebotado antes, y esta vez me quedé hasta el final, aun cuando la traducción no me encanta. Otra novela por entregas, sin ningún apuro en llegar al final, en la que Tolstoi por ejemplo comienza diciendo que sólo escribe historias sobre aristócratas porque las vidas de las castas inferiores son brutales y aburridísimas.
¿Por qué me metí en esto? Es una novela histórica paradigmática y yo ando trabajando el género, así que la quise estudiar. Quería aprender del viejo Lev Nikoláievich.
Pues resulta que la he disfrutado mucho. Claro que es lenta, que gran parte de ella transcurre en alguna mansión rusa donde los personajes hablan tonterías o se imaginan dramones a partir del gesto casi involuntario de alguien al otro lado de la mesa. Nunca puedo dejar de pensar como un editor y he visto unos cuantos párrafos en esta versión (la primera que se publicó) que se merecían sus tijeretazos. Pero Guerra y paz conserva lo que la hace grande: la capacidad de convertir en escenas vivas los fenómenos históricos, de construir una narración muy accesible a partir de la memoria histórica, y sobre todo, de crear buenos personajes. Que son alrededor de dos mil, en este caso.
Es como ver Casablanca: uno está todo el tiempo en plan de “aaahh, esto lo inventaron aquí…”. La influencia de este libro es enorme. Sin duda fue escrito en una era distinta y con una sensibilidad que no es la de uno. Un tipo como Simón Bolívar la hubiera leído con lágrimas en los ojos mientras que uno tiene que esforzarse un poco. Pero, al menos para mí, ha valido mucho la pena.
Tal vez ya les dije esto pero en Criterion Channel (el servicio de streaming de la magnífica Criterion Collection, disponible en ciertos países) está la versión fílmica de Guerra y paz que hicieron en la URSS para responder a la estadounidense, aquella con Audrey Hepburn. Tiene cuatro partes, así que es como un festival de cine. Pero es realmente magnífica. Además sirve para reírse más con la sátira de Woody Allen, Love and Death.
Si quieren primero conocer mejor al hombre que escribió este libraco, y varios más como Anna Karenina, pueden verlo en The Last Station: la película protagonizada por Christopher Plummer, Helen Mirren y James McAvoy que cuenta los últimos días de Tolstoi, cuando no sólo era un escritor famoso sino que lideraba una secta utopista.
Un álbum: People Who Aren’t There Anymore, de Future Islands
Me gusta mucho la ecuación de esta banda de Baltimore: pop de sintetizadores ideal para comenzar el día, y la voz madura de su vocalista. Te recuerda un poco a Roxy Music y a LCD Sound System. Su nuevo álbum es buenísimo para conocerlos y para esos momentos en los que uno quiere escuchar algo muy bien hecho que te acompañe y te despierte. Una muestra:
Ya te había hablado de The Smile, el proyecto alternativo a Radiohead que formaron Thom Yorke y Jonny Greenwood con el baterista Tom Skinner. Pues ya tienen un segundo album, Wall of Eyes, y es al menos tan bueno como el primero. Sigue yendo por el mismo camino que parece consistir en alargar el lado más atmósferico de la música que empezó a hacer Radiohead en sus últimos discos.
Esto no es una novedad pero yo lo acabo de descubrir: el pianista de jazz latino Michel Camilo y el gran guitarrista flamenco Tomatito (ajá, el papá de Las Ketchup), que juntos ya habían grabado los maravillosos Spain y Spain Again, hicieron un tercer disco: Spain Forever, más tranquilo y me parece que más amplio en sus homenajes. Por ejemplo, versionan el tema de amor de Cinema Paradiso, así que prepara el pañuelito.
Una artista: Emily Kraus
Aunque no he tenido la dicha de ver sus obras en vivo, estoy hipnotizado por la pintura de esta artista nacida hace 28 años en Nueva York y formada en el Royal College of Arts de Londres. ¡Mira esto!
Estaba intrigado sobre cómo Klaus hace estos cuadros. Ella habla de algoritmos. Pero sus algoritmos son matemáticos en principio, no en la práctica: no hay un computador a cargo, sino ella misma, metida en un conjunto de bastidores que ella inventó confinada durante la pandemia para su minúsculo apartamento de estudiante, su Nest, su nido, donde dispone los rollos de lienzo y va trabajando en ellos enrollándolos y desenrollándolos como papiros hasta que siente que dio con una obra.
Ahora de cerca:
Me fascina ese cuadro y la historia de la artista.
Re: Belfast, esa peli nos pega por razones consabidas.
Aunque a mi por partida doble: mi Kenneth ( quien tendría la edad del papá (Jamie Dornan) con dos hijos como los de la película, con esposa y sus padres viviendo al lado, como los de la película, creció jugando con sus vecinos, como la pandillita de la película a una cuadra de esa calle de terrace homes de ladrillo. Hoy día siguen allí.
Cuando vamos a Belfast siempre pasamos y la tristeza le llena los ojos. Nos quedamos en Tara Lodge, a una cuadra de la esquina de Botanic Avenue, donde quedaba su oficina que vió explotar, mientras caminaba hacia ella. Allí tomó la misma decisión de Jamie Dornan ( por cierto oriundo de Belfast, al igual que Liam Neeson) Nanny Horner dijo las mismas líneas que Judy Dench... como en la película. J
Hoy abriendo el correo mientras desayunaba me percate que en la bandeja de entrada apareció "Cósimo" y me di cuenta de que los extrañaba...como siempre, excelente, un placer leerlos aparte de toda la info que contiene, amo Belfast, la veo cada vez que me provoca, retomaré la lectura de La Guerra y La Paz, hace mucho tiempo que no me enganchó... mis saludos, no se pierdan..