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Una serie: El Gatopardo
Tal vez habrás leído esta frase en algún lado; antes era un cliché en artículos de opinión: “hay que hacer que todo cambie para que todo siga igual”. En realidad, lo que dice es “si queremos que todo siga como está, hay que hacer que todo cambie”, y es una línea de Tancredi, uno de los personajes más importantes de El Gatopardo, la imprescindible novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, de 1958.
Tancredi es el sobrino consentido del Gatopardo, el príncipe de Salina, un noble siciliano que contempla con desconfianza cómo el mundo que representa, que permaneció inamovible por siglos, será sacudido por el fin del Reino de las Dos Sicilias y la formación del Reino de Italia a partir de 1860. Pero Tancredi se ha unido al ejército de Garibaldi, está metido de cabeza en la invasión que sacará al dominio español del sur de Italia, y sólo ve oportunidades en el futuro que su tío percibe como un lento apocalipsis. Por eso le dice eso al Gatopardo, para convencerlo de que sus privilegios se mantendrán si saben cómo navegar la revolución.
Durante seis décadas, leer El Gatopardo ha sido ver las imágenes de la versión fílmica de 1963 de Luchino Visconti, con Alain Delon como Tancredi y Burt Lancaster como el príncipe. Esa película es una joya del cine de época, pero la versión en miniserie que acaba de estrenar Netflix me parece que tiene los mismos méritos. Esta vez el director no es italiano pero los actores principales sí, y el príncipe que hace Kim Rossi agrega unos matices y una intensidad que realmente completa al personaje como Lancaster no podía hacer.
La miniserie tiene todas las virtudes de la versión de Visconti pero goza de más espacio para explorar la complejidad social del cambio histórico -cómo surgen los nuevos ricos y los políticos tradicionales, y su alianza con lo que será la mafia- y la incapacidad del patriarca para controlar a los demás como estaba acostumbrado.
Y muy importante: es un placer para los ojos. Al fin y al cabo, es Italia.
También en Netflix encontré una serie británica de espionaje, Black Doves, que lo tiene todo para esa dosis de evasión que uno necesita en estos arduos tiempos: acción, sentido del humor, drama, grandes actuaciones (no, no he visto Adolescence pero sé que la tengo que ver, estoy reuniendo el coraje). Estoy cada vez menos convencido sobre el servicio periodístico de la BBC, pero haciendo ficción “la tía” sigue siendo capaz de producir mucha calidad. Keira Knigthley y Ben Whishaw son impecables como dos asesinos que intentan sostener las contradicciones de sus vidas afectivas.
Una película: The Return, de Uberto Pasolini
¿Cómo adaptar La Odisea? En ese texto inabarcable, inmenso que atribuimos a Homero pasan demasiadas cosas, hay demasiada complejidad. La versión para televisión de dos partes que dirigió Andrei Konchalovksy en 1997 es un tremendo intento, pero los monstruos no salen bien sin una fortuna en efectos especiales, los dioses estorban aunque Isabella Rosellini sea Atenea, y el tono de la tele de la época parece indigno del universo homérico, con el que hay que saber manejar muy bien la teatralidad para no se vea ridículo. Aún más difícil de ver es Ulysses, de 1954, con Kirk Douglas y Anthony Quinn. Habrá qué ver qué consigue Cristopher Nolan con la versión que ya empezó a filmar, con Matt Damon como Odiseo, Lupita Nyongo como Clitemnestra y Charlize Theron como Circe. Pero mientras tanto, tenemos un nuevo intento de resolver este viejo problema que me parece que resultó muy bien: The Return.
No es perfecta. Hay momentos en que la dirección del italiano Uberto Pasolini -más conocido como productor, y que se fajó por muchos años para lograr hacer esta película- te hace sentir que la cámara no te está mostrando lo que debe mostrarte en el momento justo. Pero hay dos grandes virtudes en esta película. Una: se concentra en el retorno de Odiseo a Ítaca luego de sus diez años peleando en Troya y los otros diez dando tumbos por el Mediterráneo. Dos: Ralph Fiennes y Juliette Binoche. Él es insuperable, como siempre, sobre todo a la hora de esconder lo que siente, lo que quiere decir, porque no ha llegado de revelar quién es; ella es la Penélope cansada de estar triste y sola, de esperar, que pierde la paciencia ante el telar donde teje y desteje la mortaja que usa como excusa para no elegir entre sus pretendientes.
Una curiosidad: este Uberto Pasolini no tiene nada que ver con Pier Paolo Pasolini pero sí resulta ser sobrino de Luchino Visconti.
Me sorprendió You Won’t Be Alone, una película de horror dirigida por un cineasta de Macedonia que emigró de joven a Australia. Una joven campesina que ha sido aislada por su madre para que no caiga en manos de la mujer maldita que la quiere para sí termina recibiendo la maldición de todos modos y es convertida en una bruja vampírica que puede asumir la forma de los seres que mata. Pero ahí, entre toda esa violencia, ocurre un viaje por distintas formas de vivir, una búsqueda de una identidad propia a través de identidades usurpadas.
Un libro: El buen mal, de Samanta Schweblin
No había leído nada de esta escritora argentina tan celebrada; cada vez confío menos en los premios y en la celebridad en el mercado literario. Este volumen de relatos que acaba de publicar me mostró en unas pocas páginas que, al menos en este caso, fama y talento van juntos.
Estos cuentos de poderosa ejecución son distintas aproximaciones al mismo tema: los gradientes entre lo que consideramos bien y lo que consideramos mal, los insospechados componentes de uno en el otro, lo porosa que es la frontera entre bondad y maldad.
En uno de los relatos, dos niñas que se mueren de aburrimiento en una ciudad de playa adoptan a una poeta alcohólica y la tratan como una muñeca adulta, diciéndole todo el tiempo que son sus musas. En otro, el inquietante dueño de una gasolinera rescata a un niño mudo, pero le queda a uno la sospecha de que se cobró un precio inaceptable por su gesto. Y así. Te hace pensar en Horacio Quiroga y en Mariana Enríquez, y en algunas piezas de Julio Cortázar. Otro libro anterior de ella, Pájaros en la boca, menos preciso y concentrado de este, vale también muchísimo la pena.
Un álbum: Todo en un instante, de Zona en reclamación
La nueva banda del músico venezolano Ulises Hadjis, que formó con Heberto Añez y Cinthia Blanco en México, es un gran ejemplo de una tendencia que he visto mucho en estos años: músicos jóvenes fascinados con la música que escuchábamos los GenXers cuando éramos niños o adolescentes. Zona En Reclamación (como en la escuela nos enseñaron a los venezolanos a llamar al territorio Esequibo) es pop en distintos géneros, y todos esos géneros son historia musical, son homenajes.
Lo más divertido de este primer disco de ellos, Todo en un instante, es pasar por sus piezas para identificar qué tributo está rindiendo cada una. Está la que parece una canción de Fito Páez pero en Maracaibo. Otra suena a Juan Luis Guerra en el clímax de la fiesta familiar. Otra es un calipso o un golpe de San Benito. Otra, de Yordano. Otra más, un pop mexicano tipo Yuri. Y así. Ojalá que esta banda siga creciendo y descubriendo sus propias posibilidades a partir de esta plataforma tan referencial.
Un artista: Jean Jacques Balzac
Soy muy desconfiado de la autenticidad, la intencionalidad y los resultados de la imaginería que se hace con inteligencia artificial, pero esta cuenta en Instagram de “arquitectura equivocada”, de cuyo o cuyos responsables no sé nada, crea paisajes imaginarios cuya elegancia y misterio me intrigan. Aquí sí veo algo interesante. ¿Qué te parece?




Rafa cuál fué el libro de Eva Saénz de Urturi que recomendaste? No lo consigo. Fué el Silencio de la Ciudad Blanca?
¡Gracias por las recomendaciones! Black Doves es buena, de esa tradición de calidad de las series inglesas. Gatopardo no la he visto, la voy a poner en mi lista porque la película original si la vi, y tu recomendación es sello de calidad Norven ;)