Una serie: La familia Uysal
No estoy seguro si la generación de mis padres, y mucho menos la de mis abuelos, tenía en mente el concepto de la “crisis de la mediana edad”: cuando te acercas a los 50, haces balance, ves la lista de tus frustraciones, sacas la cuenta de cuánto tiempo puede quedarte para hacer lo que no has hecho, evalúas tus posibilidades físicas y económicas, y te da una nostalgia espantosa por aquellos años (muy probablemente idealizados) en los que no te abrumaban las responsabilidades y los distintos tipos de deudas. Para mi generación, esta crisis es feroz, por la profundidad y velocidad de los cambios que nos tocó vivir desde los lentos y analógicos 70s, y porque nos agarra con pandemia, crisis global, violentas transformaciones en el mundo del trabajo y un Zeitgeist más bien pesimista.
Es lo que le pasa a un arquitecto en Estambul, que se siente asfixiado por los costos de una vida en apariencia perfecta, por un cliente enloquecido para el que debe diseñar una prisión, y por una familia con la que no sabe comunicarse. La respuesta a su crisis es salir de noche a ser un punk, lo que él quería ser de joven. O más bien a disfrazarse: ya le tocará ver qué significa ser un punk de verdad en la Estambul del siglo XXI. Tiene que proteger su secreto de quienes lo rodean; lo que no sabe, es que cada persona a su alrededor tiene otra vida paralela que esconder.
Titulada originalmente Uysallar, y en inglés Wild Abandon, esta miniserie turca de Netflix es televisión de altísima calidad. Dirigida como un largometraje de gran festival de cine, tiene un tremendo soundtrack, actuaciones impecables y sobre todo un guión que ensambla un conjunto de historias individuales de soledad, vulnerabilidad e incertidumbre ante el mundo, ese no saber qué hacer frente al futuro que para mí distingue tanto a esta era de cuando yo era chamo.
Una película: Good Luck to You, Leo Grande
Si no has visto esta maravilla todavía, búscala (en EEUU la tiene Hulu y en Canadá Amazon Prime, por ejemplo). Es una película sobre el derecho al placer, a vivir, y más específicamente, sobre el derecho a la sexualidad plena, sana, gozosa de las mujeres mayores. La siempre magnífica Emma Thompson es una docente jubilada y viuda que nunca tuvo un orgasmo con el único hombre con el que jamás se acostó, su marido, hasta que un día contrata los servicios de un escort gentilísimo y educado que se hace llamar Leo Grande. Cómo ella tiene que demoler sus traumas y sus prejuicios, y reconciliarse con su propio cuerpo, a medida que negocia un vínculo que funcione con él, es la historia que cuenta con sentido del humor y prístina sensibilidad esta película dirigida por Sophie Hyde y escrita por Katy Brand.
Un libro: Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez
Finalmente llegué a esta novela que tanto se ha comentado desde que ganó el Premio Herralde en 2019. Sus casi 700 páginas requieren presencia de ánimo, pero sin duda valen la pena. El reto que presenta este gran logro de la argentina Mariana Enríquez no es que sea difícil de leer, ni aburrido; está brillantemente escrito y nunca te fastidia. Pero es una novela de horror, en la que ocurren cosas espantosas, que causan verdadero espanto, porque se alimentan de esa cultura de la crueldad y del desprecio por la vida que los latinoamericanos siempre hemos tenido alrededor, y que en la práctica se institucionalizó durante el periodo histórico central en esta historia, la dictadura argentina de 1976 a 1983.
Digo que es una novela de horror latinoamericano porque tiene más que ver con Horacio Quiroga que con Stephen King. Y no es una novela de denuncia, diría yo. Es una exploración del mal, del mal profundo, mediante la historia de una secta, La Orden, que sabe comunicarse con una entidad sobrenatural de mal absoluto que llaman La Oscuridad. Enriquez logra muchas cosas aquí; la más impresionante para mí es cómo logró verbalizar eventos paranormales como la visita de un demonio o unas lenguas de luz negra capaz de comerse vivo a alguien.
Un álbum: Notre-Dame-des-Sept-Douleurs, de Klô Pelgag
Insisto en que es injusto con los creadores y con uno mismo ignorar la música nueva y las voces emergentes. La canadiense Chloé Pelletier-Gagnon tiene una voz envolvente, un finísima sensibilidad literaria para escoger las palabras y los títulos de sus piezas, y un sofisticado pop contemporáneo que adquiere una gran elegancia atmosférica gracias a los arreglos orquestales de su hermano compositor. Ella tiene unos diez años de carrera ganando premios en Quebec y Canadá, y este álbum de 2020 muestra todo lo que ella ha aprendido a hacer. Es una música hermosa y muy bien hecha que te puede acompañar en muchas circunstancias, aunque no entiendas francés. Aquí tienes una muestra:
Una artista: Sayuri Ichida
La curadora, periodista y artista visual Gabriela Mesones Rojo me preguntó si conocía a Sayuri Ichida y me envió el link de su sitio web. Me quedé hipnotizado viendo estas fotografías en blanco y negro del cuerpo de la artista y de objetos y lugares que dialogan con él. Leyendo después una entrevista que le hicieron en la revista Fisheye, entendí que este trabajo lo desarrolló la artista japonesa al encontrarse confinada y lejos de su familia en Londres, adonde había llegado para estudiar un master. Sin poder acudir a los estudios a revelar como quería, y sin ganas de fotografiar a color con lo que estaba pasando, terminó haciendo esta serie que explora lo que empezamos a sentir quienes nos confrontamos con el doble aislamiento de la distancia con los vecinos y la distancia con el país de origen. Dale un vistazo a su portafolio reciente:
Ya es hora de reconocer que la pandemia ha creado un estrato cultural que los historiadores del futuro podrán distinguir con claridad en los sedimentos del siglo XXI; continuamente emergen nuevas propuestas que rinden testimonio desde las artes de esta experiencia global de miedo, duelo y conmoción que a cada uno de nosotros nos ha afectado de una manera u otra. Pero hay otro efecto que procesar, ya no en los pulmones sino en el corazón: el tiempo con nuestros seres queridos que la pandemia nos hizo perder, al impedirnos por tanto tiempo ver a la gente que tenemos lejos, o incluso de despedirnos de ellos. La obra de Sayuri Ichida me hace pensar que este mundo que consideramos tan interconectado, y que de hecho transmitió el virus gracias a esa interconexión, es también un mundo donde estamos conociendo nuevas formas de la distancia.
Un videojuego: Monument Valley
No soy de videojuegos. Sólo he jugado dos en toda mi vida que me gustan de verdad. El primero es Tetris (un clásico GenXer de 1984). Y este, de 2015, es el segundo. Y los repito cada tanto, lo confieso.
Pero es que esto no es cualquier videojuego. Es una especie de cuento interactivo en el que la geometría y la arquitectura se dejan llevar al mundo infinito de la fantasía. Imagina un lugar creado bajo las leyes espaciales de M. C. Escher, en el que una princesa debe recorrer una serie de monumentos para comprender su propia historia y encontrarse con su destino.
Tu misión, como jugador, es ayudarla a hacer ese recorrido, alcanzando la cima de cada una de esas estructuras imposibles, de una manera intuitiva, con todo el tiempo del mundo, con una música apacible y unas imágenes que te hacen querer quedarte allí, refugiado del mundo. Como un buen libro. Si vamos a pasar tiempo consumidos por las pantallas, que sea así, por favor.
Desarrollado por UsTwo, descargado más de 25 millones de veces desde su creación y ganador de varios premios (incluido un BAFTA), este juego tiene mucho para ofrecer. El director creativo del estudio, Ken Wong, dice que se propusieron hacer que cada pantallazo tuviera valor artístico y que el usuario deseara imprimirlo y tenerlo colgado en su casa (y sí, le pasa a uno jugándolo).
Pero más allá de sus méritos visuales, hay algo intangible en Monument Valley que es, me parece su mayor mérito. Aquí hay una historia, unos personajes atractivos, unas palabras que resuenan y un efecto que, complementado con las imágenes, se vive como una experiencia envolvente y relajante. Tras un rato jugándolo, uno siente que viajó a otra parte. Este no es un juego “para niños”, ni “para adultos”. Es para quien lo necesite (y requiere cierta destreza motriz y bastante imaginación para ir superando los niveles). Yo propongo jugarlo en tándem: sentarse con los chamos un rato y resolver los acertijos visuales en conjunto es un deleite familiar.
Hasta el momento hay dos ediciones de Monument Valley, I y II, y se puede jugar en computador, tablet o celular. Búscalo por acá.
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.