Breve anuncio antes de entrar en materia: viene una colaboración entre Cósimo e Inteligencia Natural, de Zakarías Zafra. Anuncios pronto.
Una serie: War of the Worlds
The War of the Worlds, la novela que H. G. Wells publicó en Inglaterra en 1897, es una obra fundacional del género de la ciencia ficción, pero está lejos de ser un clásico congelado en el tiempo. Sigue siendo un texto agradable de leer y fascinante en la audacia conceptual y la imaginación tecnológica para el contexto en que se escribió. Pero lo más impresionante es cómo ha vuelto una y otra vez a nosotros con distintos significados.
Wells escribió The War of the Worlds como una crítica del imperialismo británico, pero desde entonces esta historia de invasión marciana de la Tierra ha servido para encarar miedos diferentes según la época: la inmigración, el terrorismo, el contacto con otras inteligencias, o una futura crisis de fertilidad.
Uno de mis recuerdos cinematográficos más antiguos es la imagen de la garra babosa de un alienígena agonizante al final de su primera adaptación fílmica de 1953, que vi de niño en un televisor en blanco y negro a finales de los 70. Luego en la universidad me enteré de la asombrosa historia de cómo Orson Welles engañó en 1938 a millones de personas cuando leyó en la radio pedazos de la novela como si fueran despachos informativos, al punto de que hubo gente que se suicidó por el pavor a ser secuestrada en una inminente ofensiva marciana. Vi varias veces la versión de Steven Spielberg de 2005. Me falta la primera versión audiovisual británica, que no llegó sino hasta 2019: una serie de tres episodios de la BBC, que ubica la acción a principios del siglo XX.
Tal como hizo Spielberg pero con más libertad respecto a la original, la serie War of the Worlds imagina cómo esa trama podría haber tenido lugar en nuestra era. Esta coproducción entre Francia e Inglaterra y hecha en francés e inglés, empezó a transmitirse en el año 2019, sin prever que iba a acicatear el temor apocalíptico a un arma biológica y al colapso de la sociedad en el año de la pandemia de covid-19.
Hay muchas diferencias en esta serie creada frente a la novela original de H. G. Wells. Entre ellas, que aprovecha dos ricas fuentes narrativas que un autor como Wells no tenía a su alcance cuando ayudó a fundar el género de la ciencia ficción: la ciencia no sabía entonces de física cuántica, y la ficción no usaba la figura de los universos paralelos. No quiero decir más sino que a mí me resulta absorbente, está muy bien escrita y actuada, y sobre todo me parece que es un gran ejemplo de actualización de un clásico.
De paso, es muy inteligente en cómo plantea los dilemas éticos de sus protagonistas, que en esta versión son más relevantes que el mero pánico ante el extraño del texto original. El mismo concepto de “extraño” se pone en entredicho. Búscala y verás.
War of the Worlds (sin el The) se puede ver gratis en Canadá en Gem, el servicio de streaming de la CBC). En otros países está en Amazon Prime Video o Disney+.
Una película: Los reyes del mundo, de Laura Mora
El cine latinoamericano tiene un sólido historial de películas hechas con actores no profesionales, que viene del neorrealismo italiano. Una fórmula que se ajusta tanto a las restricciones presupuestarias de la industria cinematográfica latinoamericana como a la necesidad de hablar de la desigualdad, la violencia o la depredación ambiental. Esta exquisita película colombiana, que ganó la Concha de Oro en el festival de San Sebastián, ha sido mi favorita en una línea en la que podemos incluir La vendedora de rosas o Cidade de Deus. Aquí no hay pornomiseria ni violencia innecesaria. La realizadora paisa Laura Mora - quien lleva varios otros filmes además de la interesantísima miniserie Frontera verde, y fue una de las dos directoras de la serie Escobar, el patrón del mal - hizo un trabajo ejemplar al explorar la gran paradoja latinoamericana de la estrecha convivencia entre belleza y horror.
Esta es una mirada a la Colombia profunda que no termina de superar sus dramas históricos tras la desmovilización de las AUC y el acuerdo de paz con las FARC. Jean, de 19 años, vive en las calles de Medellín con tres amigos que en la práctica son la única familia que tiene. Un día recibe una notificación oficial: la tierra que le había legado su abuela, de la que la familia fue desplazada por actores armados varios años atrás, está de nuevo a su disposición. Jean quiere un pequeño, humilde lugar en el mundo donde nadie abuse de él, y emprende un viaje con sus compañeros para ir a tomar posesión de su parcela en el norte de Antioquia. Pero la realidad está en el camino.
Los reyes del mundo no es Catcher in the Rye ni On the Road: a sus jóvenes personajes no les quedan muchos ritos de paso que hacer, ni su peregrinaje tiene nada que ver con el aburrimiento.
Otras dos tremendas películas de cine social latinoamericano que acabo de conocer, ambas de esa especie de Sidney Lumet argentino que es Pablo Trapero, son Elefante blanco (2012) y Carancho (2010), ambas protagonizadas por Ricardo Darín y Martina Gusmán (esposa, productora y musa de Trapero, como Geena Rowlands para John Cassavetes, como Giulietta Massina para Federico Fellini). Junto con su ópera prima Mundo grúa (1999) están en Netflix, al menos en Canadá. Con un estilo más directo y documental, digamos, que el de la lírica Los reyes del mundo, son películas poderosísimas, con planos secuencias inolvidables. No son precisamente para relajarse pero son grandes obras. Trapero tiene que ser uno de los realizadores más capaces de este género, no sólo en Argentina sino en el mundo.
He visto recientemente dos adaptaciones de literatura europea del siglo XIX que me parecieron muy logradas. Una es la versión fílmica que la gran actriz y directora sueca Liv Ullman hizo en 2014 de La señorita Julia, la pieza teatral de August Strindberg, con Jessica Chastain, Colin Farrell y Samantha Morton. La otra, muy reciente, es El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence, dirigida por Laure de Clermont-Tonnerre. No he vuelto a esos textos desde que los leí en mis años universitarios, pero en ambos casos me pregunto si sus autores fueron tan audaces en el material original sobre el tema de la libertad de las mujeres de decidir por sí mismas, de tener agencia, sobre su sexualidad. Justo lo que hoy hace que estas piezas luzcan tan actuales.
Un libro: Americanah, de Chimamanda Ngozi Achebe
La tenía pendiente desde hacía años, pero nunca hubiera imaginado que con esta novela sobre la emigración nigeriana en EEUU me iba a sentir tan identificado, tan cercano. La trama central no dice mucho: Ifemelu se muda a EEUU para estudiar, pasa allá unos años, y luego decide volver a Lagos, donde la espera una historia de amor interrumpida. En Estados Unidos causó mucho impacto su brillante aproximación al tema racial en ese país, desde la óptica de los africanos; para mí, aun cuando eso es muy interesante, lo que me agarró fue la experiencia migratoria de los protagonistas, en EEUU y en Reino Unido.
Esa complicada relación con el país de origen, esa también compleja negociación con el país al que uno no se va, donde no se siente nunca del todo adaptado, esa cosa tan rara que ocurre cuando regresas y ya no eres de un lado ni del otro.
Guapa, carismática y elocuente, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Achebe es una celebridad de la literatura, y aparte de sus atributos personales uno lo entiende de inmediato con este libro, tan fácil de leer a la vez que eficaz y tan profundo.
También cayó en mis manos una novela africana, muy distinta, que me pareció muy buena: El mapeador de ausencias (2022) de Mia Couto, publicada en Alfaguara con traducción de Rosa Martínez Alfaro. Couto es un caso distinto al de Ngozi: este autor vive en Mozambique, donde nació, pero es blanco, hijo de portugueses. Es biólogo y tiene una doble carrera como investigador y profesor en Mozambique, y como un autor prolífico, traducido a decenas de idiomas y considerado uno de los principales escritores vivos de la lengua portuguesa.
Un álbum: Infinite Halls, de Miguel Noya
Este compositor venezolano de ambient y música electrónica ha estado activo al menos desde los años 80, produciendo un obra con consistencia y diversidad interna, para álbumes que son productos independientes o que están asociados a exposiciones o proyectos artísticos distintos, como éste que hizo hace poco en Londres o un favorito personal mío, Huellas.
Noya, quien vive en Caracas, es uno de esos sólidos creadores latinoamericanos que son más conocidos en Europa o América del Norte que en sus propios países.
Acaba de publicar un disco de material nuevo, Infinite Halls, que me parece representativo de su nivel, de su paleta sonora, de sus ideas musicales. Es una buena noticia para quienes lo hemos seguido por décadas y también una buena entrada al resto de su obra. Está en todas las plataformas de streaming, pero en Bandcamp está junto con Inner Bodies e Interspecies Communication, más lo que uno necesita también de un álbum: texto e imágenes.
Una artista: Anicka Yi
Estoy un poco hipnotizado con estas máquinas que detectan el calor de las personas y la presencia de sus congéneres. Casi, casi que me quitan el miedo que le tengo a la inteligencia artificial. La responsable se llama Anicka Yi y su inspiración son criaturas como las medusas. Te reto a que no te dejes hipnotizar también.
Un libro: ¡Ugh! Un relato del pleistoceno
Una de las razones por las que me encantan los libros con imágenes es que permiten que uno preste atención de una manera distinta. Este libro que les traigo hoy es una joya en ese sentido.
De la mano del escritor colombiano Jairo Buitrago y del ilustrador peruano Rafael Yockteng, ¡Ugh! Un relato del pleistoceno (Ekaré, 2022) es una obra que nos hace ver y callar. A lo largo de sus páginas, ilustradas en grafito y tinta blanca, nos permite acompañar a un grupo de nómadas prehistóricos en un viaje lleno de riesgos que nos hacen pensar en tantos otros viajes peligrosos que conocemos más de cerca. Y también nos presenta a un personaje, una joven, que vive todo eso y también observa, escucha, pone atención.
Al final de la travesía, la recompensa: la cueva que les permitirá sobrevivir el duro invierno que lleva rato anunciándose. Y entonces, un nuevo descubrimiento, uno que va a cambiarlo todo para siempre: las historias.
Este es un libro para ver y volver a ver muchas veces, con niños de distintas edades (y también sin ellos), para pensar y quedarse con él. Un libro que le sirve a todo el mundo.
Una verdad que a veces cuesta recordar, sobre todo en una época en la que la gente siente la constante obligación de expresar una opinión sobre absolutamente todo, es que las palabras no deberían ser lo primero. Idealmente, las palabras vienen después.
Hay que pasar por la observación, la experiencia, la vida, la luz, la oscuridad y también el dolor. Sólo después de todo esto, las palabras podrán tener algún sentido.
Por eso los buenos libros visuales siempre serán necesarios. Porque esa manera de leer que no pasa por las palabras puede ayudarnos a hacer espacio y a pensar mejor. A vivir y aprender, para después poder hablar y contarlo.
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.
EXCELENTE! GRACIAS POR LA RECOMENDACION.