Primero, feliz 2023 para todos. Segundo, un anuncio de la casa: el barón rampante se pasó unas cuantas semanas en el bosque de Rondó, hibernando entre las copas de los árboles, y volvió con algunos cambios. Cósimo será ahora mensual, pero un poco más largo, con más recomendaciones y vínculos, más recursos, y algunos experimentos más que les contaremos en su momento.
Una película: The Banshees of Inisherin
Ha sonado muchos por estos días esta peculiar película irlandesa, por los premios y nominaciones en los Globos de Oro y los Oscars; puede que uno no confíe en esos certámenes, pero en este caso vale la pena asomarse a esta historia de pocos personajes que tiene lugar en un caserío de una isla de Irlanda hace un siglo. Escrita y dirigida por un dramaturgo, Martin McDonagh, es un largometraje muy teatral, que solo podía salir tan bien por su extraordinaria dirección de actores y el nivel de ellos, pero aquí el verde y el mar y la arquitectura popular de piedra son un personaje más, así como los ecos de una guerra civil que vuelan en el viento desde la otra orilla de un estrecho. Es cine, pero sobre todo teatro en el paisaje.
Todo gira en torno a una amistad rota, que no se puede reparar, entre dos amigos de toda la vida en el minúsculo Inisherin. Cuando el mayor de ellos (Brendan Gleeson) le dice al otro (Colin Farrell) que no quiere ser más su amigo porque ya no le interesa lo que dice y porque quiere silencio para componer su música, el otro no entiende, insiste, no lo cree, no lo acepta. A partir de ahí las cosas empiezan a empeorar, porque ni el primero quiere reconciliarse ni el otro acepta la ruptura de buena gana. Para mí, es una película sobre cómo una sociedad de pronto se divide y lo que en principio es una desavenencia, un desacuerdo, escala hacia la desgracia. De ahí su título: en la tradición celta, las banshees son unos espantos de la noche cuyo lamento anuncia desventuras.
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Y hay más películas de McDonagh que se alimentan de su humor negro y su exploración del dolor o el fanatismo, pero que no tienen que ver con Irlanda, como la poderosa Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, con Frances McDormand.
Una serie: The Sandman
No había querido prestarle atención a esta serie de Netflix porque había patinado con otras aventura en televisión del prolífico escritor británico Neil Gaiman, y porque con el género de la fantasía me pasa lo mismo que con el de la ciencia ficción: me interesa muchísimo en la literatura, pero en la pantalla tiendo a ser más cauteloso porque es muy difícil hacerlo bien. Cuando una adaptación es buena, como las de Peter Jackson con Lord of the Rings (y ahora la de Prime Video que ya conversamos en Cósimo), me gusta muchísimo, pero es mucho más frecuente que me desencante, que sienta que la versión audiovisual es indigna del original escrito. Sin embargo, uno tiene que confrontar siempre sus perjuicios, y me alegra una vez más haberlo hecho con esta serie que ha sido muy celebrada, y con razón, me parece.
Esta es la clase de obras de arte y de productos de entretenimiento que ofrecen la más pura evasión pero que se quedan con uno no solo por su capacidad para abstraernos de la vida cotidiana y sus problemas, y ayudarnos a no pensar en las facturas por cobrar y los impuestos por pagar al menos por una hora, sino porque tienen cimientos dramáticos verdaderos que tocan grandes temas universales y atemporales. Los mismos asuntos de los que se ocupan los clásicos.
De hecho, algunos de los grandes personajes tienen su origen en la Antigüedad clásica (como Morpheus, el protagonista, dios griego del sueño, pero en dark outfit con sobretodo y delineador) y en la Biblia (una Lucifer femenina y de alas de murciélago), y conectan sin ningún obstáculo con lo que nos sigue pasando a todos: parte de nuestra vida es soñada, le tenemos miedo a la muerte, sabemos que existe el mal, y nunca nos libramos del todo de la sospecha de que hay algo más detrás de lo aparente.
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Y hablando de los 90…
Un libro: Los noventa, de Chuck Klosterman
Piénsalo unos instantes y estarás de acuerdo: muchas de las transformaciones globales que hoy nos están sacudiendo no son sino la onda de choque de cosas que ocurrieron no en el siglo XXI, sino a finales del XX. Fue en los 90 que surgieron internet y las canciones en mp4, que se extendieron y normalizaron las teorías conspiratorias, que se abrieron paso los outsiders en la política, que la especulación financiera empezó a adquirir la complejidad esotérica que reventó en la crisis de 2008, y que el quiebre con la realidad, con las instituciones, con los grandes consensos se extendió desde grietas abiertas por los nuevos medios.
En este rico, estimulante ensayo del crítico cultural Chuck Klosterman sobre cómo en esa década Estados Unidos emprendió el fin de una era y el comienzo de la actual, sin darse mucha cuenta de lo que pasaba, se examinan varios de estos fenómenos que crearon el mundo que intentamos vivir hoy. Por ejemplo, cómo en el juicio a OJ Simpson o el escándalo Clinton-Lewinsky la cobertura permanente de los más mínimos detalles creó un show en vivo y sin pausa, de meses de duración, que desplazó al debate sobre lo que se estaba juzgando en cada caso. Cómo se hicieron la novela Generation X que reseñamos en Cósimo y la película Reality Bites, que pasaron a representar el zeitgeist de esa era. Cómo Kurt Cobain se encontró atrapado justo en el sitio donde menos quería estar.
Admito que lo leí con cierta distancia, sin perder de vista cómo los gringos tienden a hablar de sí mismos asumiendo que hablan por todo el mundo, y pensando en Venezuela, como siempre me pasa.
Específicamente, en lo que los noventa significaron también para nosotros, en cómo ocurrieron en esos años los grandes hitos que produjeron la Venezuela de hoy (el ascenso del chavismo, la destrucción del empleo formal, el colapso de los pactos politicos y sociales de los 60), y en que para los venezolanos los 90 empezaron con el Caracazo de 1989 y terminaron con la victoria de Chávez en diciembre de 1988. Klosterman menciona la tesis de que, desde la perspectiva estadounidense (y ahí sí estoy de acuerdo en que en parte se aplica al resto del planeta), los noventa en realidad comenzaron con el fin del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y terminaron con el ataque al World Trade Center de New York en septiembre de 2001. Son esos dos hitos los que tuvieron un efecto planetario dramático, inmediato, y transformaron las lógicas de poder, los grandes miedos sociales, las normas del juego.
En todo caso, es un libro que me hizo pensar mucho y que me ayudó a entender más cosas. Y es un tremendo ejemplo de cómo narrar y argumentar en un largo ensayo que conecte muchos asuntos.
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Un álbum: Hyper-Dimensional Expansion Beam, de The Comet is Coming
Este trío británico compuesto por el tecladista y sonidista Datalogue, el percusionista Betamax y el saxofonista Shabaka propone un jazz nacido de la senda de experimentación con la psicodelia y electrónica que abrieron pioneros como Miles Davis y Vytas Brenner desde finales de los 60, y alimentado con décadas de jazz experimental, rock progresivo y música electrónica. Para melómanos de mi generación, es como lo mejor de varios mundos sintetizado en una sola cosa, como la zona de intersección en un diagrama de Venn.
Es una música absorbente y energizante, para el día o la noche, la soledad y la compañía, a medio camino entre Kamasi Washington y el score de Stranger Things. Un gran ejemplo de retrofuturismo: una de esas manifestaciones artísticas que miran atrás para terminar ofreciéndote un vistazo a un posible y deseable porvenir. Dime si no es esa la sensación que te da esta pieza:
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Este álbum reciente del saxofonista de The Comet is Coming, más en el terreno de la llamada world music o del jazz contemporáneo y con flauta, Afrikan Culture.
El score de Stranger Things, de Kile Dixon y Michael Stein
Una artista: Magdalena Abakanowicz
Afortunados quienes están en Londres o pasarán por ella antes de mayo, porque podrán ver en la Tate una retrospectiva de esta inmensa artista textil, ya fallecida, que demuestra cómo la gente como ella puede visualizar y hacer cosas que a las personas comunes no se nos ocurriría jamás. Abakanowicz conoció la vida de una aristócrata rural, la invasión nazi, la invasión soviética, el comunismo y el éxito como artista global en los 70, y se presentaba ante el mundo con estas obras tan hipnóticas y el lema de que todos somos tejido.
Este video de la Tate resume muy bien su obra y te da unas profundas ganas de estar en presencia de ella, de querer tocarla, de olerlo, de sentir la presencia de esos monstruos de tejido que para la artista eran como los árboles en que le gustaba refugiarse desde niña:
¿Has tenido esa experiencia, de encontrarte con obras de Magdalena Abakanowicz? Si es así, cuéntanos, por favor:
Un podcast: Ecos, de Jorge Carrión
Ya hablamos en Cósimo del podcast Solaris. Pues el escritor español que lo creó se quedó con ganas de más, y ahora tiene uno con el mismo nivel de calidad y un tema más específico: nuestra relación con los sonidos. Carrión arranca confesando que nunca ha tenido buen oído, y por ahí se va justo a explorar las voces de la naturaleza, el ruido de las personas, o el arte hecho con el misterio que se escucha, con la misma perspectiva del ensayo sonoro, leyendo aquí y allá, uniendo voces, revisando posibilidades de un mismo asunto como hizo en Solaris. Esta maravilla, que te hace pensar cómo el podcast se está convirtiendo en un medio único que no es radio ni es música, está en el site de la fundación CaixaForum y en plataformas como Spotify.
Un libro (para divertirse): Las interrupciones
Las interrupciones
Nicolás Schuff / Mariana Ruiz Johnson
Fondo de Cultura Económica, 2022
A finales de 2023 tuve la oportunidad de visitar Buenos Aires a propósito de FilBita, el Festival de Literatura Infantil que se celebra en esa ciudad, tan rica en libros para niños como lo es en tantas otras cosas.
Estuve en varios eventos y me traje muchas ideas interesantes, además de algunos libros. Y uno de ellos, que he disfrutado muchísimo, es este escrito por Nicolás Schuff e ilustrado por Mariana Ruiz Johnson, una dupla inteligentísima en lo que a los libros para niños se refiere, que ya acumula varios trabajos y ojalá haga muchos más. Tuve también la suerte de conocerlos a ambos y conversar sobre esta obra, que quiero recomendar por varias razones.
La primera: su irreverencia. Es un relato que se burla un poco de la seriedad con la que los adultos acometemos ciertas cosas, como el oficio del escritor y sus clichés, y que abre la puerta para iniciar conversaciones interesantes. La segunda: su atractivo visual. Con una paleta de color súper llamativa y llena de simbolismo, Mariana Ruiz Johnson saca a relucir lo mejor de su talento (que es muchísimo) en este libro, que uno no se cansa de ver y al que siempre le puedes encontraar algo nuevo. La tercera: su tono. Es una obra que parte del principio de que los niños no son criaturitas frágiles, sino personas inteligentes, que logran ver más allá de lo evidente.
El humor en este libro (a veces un poco oscuro, lo que me encanta) toma tiempo y se va desarrollando a medida que avanzas en la lectura y cuando los peques logran descifrarlo se enganchan a más no poder.
Schuff comentó en la conversación que le había costado conseguir editor para este trabajo, pero que con los chicos le estaba yendo muy bien. Cuando lo leí, no pude evitar pensar en que a veces los niños entienden las cosas más complejas mucho más rápido que los adultos. Tal vez deberíamos recordar preguntarles más. Y escuchar, de verdad y con intención, lo que tienen para decirnos.
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.