Una serie, o más bien dos: The English y American Primeval
Creo mucho en el género del western como una épica universal, no exclusivamente estadounidense. Sobre todo en el caso del western moderno, que comenzó tal vez a finales de los 80 con grandes películas como Unforgiven, de Clint Eastwood, en la que actuaron monstruos como Gene Hackman, que falleció esta semana. El western moderno no tiene nada de patriótico, sino que abunda en antihéroes, en comentarios sobre el presente y en revisionismo histórico (del consciente, del útil, no del que reivindica tiranos y niega injusticias).
En estas semanas vi dos miniseries que tienen mucho en común: son westerns protagonizados por mujeres que deben atravesar un territorio extremadamente hostil en compañía de un guía mestizo o indígena. Una está en Prime video y se llama The English: Emily Blunt es una aristócrata inglesa con un trauma terrible que corre un enorme riesgo (uno entiende luego por qué) para perpetrar una venganza.
La otra está en Netflix y se llama American Primeval: Betty Gilpin intenta alcanzar con su hijo preadolescente la costa oeste de Estados Unidos, en medio de la espantosa combinación de expansionismo blanco, colonialismo mormón, inmigración europea y resistencia indígena en lo que entonces se llamaba Territorio de Utah.
Ambas series apuntan a la naturaleza terriblemente injusta de la gestación de Estados Unidos, y son por tanto muy violentas. Pero son de altísima calidad, si estás de ánimos. La primera bebe del western clásico, con sus arquetipos de heroísmo, romance y búsqueda de justicia; la segunda, de The Revenant, de Alejandro González Iñárritu, en su realización inmersiva y su paleta emocional. Ambas me recuerdan, en su mirada sobre el mundo indígena, mi película favorita del western contemporáneo, Hostiles, de Scott Cooper. Ambas parecen querer decirnos algo sobre la naturaleza de las relaciones entre etnias, géneros y clases sociales en ese país. Míralas a ver.
Una película: Tulip Fever, de Justin Chadwick
No sabía de la existencia de esta película europea de 2017 y le di play a ciegas. Resultó ser un tremendo hallazgo. En el siglo XVII Holanda descubrió el comercio de tulipanes, que sigue siendo un gran negocio en ese país, mediante una burbuja especulativa. En este contexto se da un triángulo amoroso entre un viudo rico (el magnífico actor austríaco Christoph Waltz), una joven huérfana a la que su convento se lo entrega en matrimonio (la estupenda actriz sueca Alicia Vikander) y un joven pintor que va a complicar todo (Dane DeHaan, también con un papel destacado en American Primeval). La historia que escribieron Deborah Moggach, la autora de la novela en que se basa la película, y Tom Stoppard, un veterano guionista del cine de época, no termina como uno espera, y la dirección de Justin Chadwick (Mandela: Long Walk to Freedom; The Other Boleyn Girl) es elegantísima, precisa y llena de homenajes a la pintura holandesa de aquella época. Crees que estás viendo un cuadro de Vermeer en movimiento. Una joya oculta. En Prime Video y Tubi, al menos en Canadá.
No esperaba la calidad de La viuda Clicquot (de Thomas Napper). Una historia muy francesa contada por los británicos pero sin prejuicios, me pareció, sobre Napoleón, y sin que pareciera un comercial disfrazado de la célebre marca de champagne. Convirtieron en una historia de amor dividido, de libertad individual y de emprendimiento el cuento más conocido en el mundo del vino, de que ella creó el champagne moderno. Tal vez se quedó corta; vela y hazte tu opinión.
Al fin vi The Fabelmans, la película más reciente de Steven Spielberg, que se ha hecho famosa en redes por aquella escena en la que David Lynch representa al director John Ford. Es otra película impecable de Spielberg, un cineasta que sigo admirando. Las cámaras siempre están donde deben estar, la historia se entiende, las actuaciones son tremendas. Y no puedo estar más de acuerdo con este homenaje al cine como actividad física, táctil, artesanal, que aquí se cuenta como un primer amor.
Un libro: Los años extraordinarios, de Rodrigo Cortés
Creo que no obtenía tanto placer de una novela desde Piranesi, de Susanna Clarke. Este narrador español se inventa una historia alternativa del siglo XX, narrada en primera persona por una suerte de barón rampante salmantino llamado Jaime Fanjul, en la que las guerras son otras, las desgracias son grandes metáforas y las reglas del universo son muy distintas y mucho más entretenidas.
Más que realismo mágico a lo García Márquez de los 60 o a lo Rushdie de los 80, esto es fabulación gozosa, llena de pasión por la literatura como fin en sí misma, por el mero gusto de echar un buen cuento. Es como los mejores libros de Italo Calvino y de Stefano Benni, como escuchar a un mentiroso genial contándote algo que sabes que es mentira pero que no quieres que termine.
Gran descubrimiento este Barón Munchaussen ibérico.
Disfruté mucho una novela con un tono muy distinto, de la autora argentina-española Gabriela Llanos, quien vivió en Venezuela en los 90. Justo esa década es la raíz de Cuando fuimos inmortales: una chica adoptada descubre quién es su padre biológico, una leyenda del pop español de los 90 desaparecida tras un accidente en su concierto más concurrido, y cuando da con él termina contratada por su papá para que le ayude a organizar una reunión final con los protagonistas de su vida. Esta novela de sexo, drogas y pop rock es una buena mirada a las trampas de la nostalgia, los incendios del ego y las diferencias entre familia natural y familia elegida.
Un álbum: El mundo se quema de Quentín Gas y Los Zíngaros
Con esta banda española sí pasa que una etiqueta funciona, que la describe más que la vende: Quentín Gas y Los Zíngaros hace rock flamenco psicodélico. Activos por más de diez años, tienen varios discos y muy buena crítica a partir de sus apariciones en vivo, que me cuentan que son inolvidables. Este álbum de 2024 tiene de Camarón de la Isla, de Jimi Hendrix y Tame Impala y Black Mountain, de electrónica contemporánea, de rock progresivo, de new wave… se me ocurre que hay dos maneras de escucharlo: con audífonos o a mucho volumen en una habitación cerrada. Son piezas cortas, apabullantes; terminas el disco entero antes de los 50 minutos y quedas preguntándote ¿qué acaba de pasar, dios mío?
Hazte una idea con esta pieza:
El nuevo álbum de The Cure, Songs of a Lost World, el primero de material nuevo en 16 años, es un regalo para quienes tenemos toda la vida escuchándolos y agradeciéndoles que existan. Es este The Cure lento, denso, como sumergido en un mar nocturno que empezó a finales de los 90, y que a mí me gusta tanto como el punk o el pop de sus etapas anteriores. Un gran trabajo que merece atención y respeto, porque no es usual ni mucho menos predecible que las bandas con tanta trayectoria hagan todavía cosas tan buenas.
Una artista: Tamara Kostianovsky
Me resulta hipnótico el trabajo de esta artista visual argentina, aunque no he tenido la dicha de poder verlo sino a través de una pantalla, con lo táctil, lo físico que es. Su materia es textil, a veces insumos reciclados; su obsesión, la composición de la carne y de las plantas. Sus esculturas textiles juegan a reproducir la arquitectura desarrollada por la evolución para producir algo innatural que resignifica lo natural como arquitectura. Mira estas cosas que saqué de su sitio web:




¿Cómo tienes tiempo de absorber todo esto, además de todo lo demás? Buscaré las series. Y gracias por la noticia, para mí, del nuevo disco de The Cure, Songs of a Lost World.
Yo no quiero ver nada gringo y menos hoy. #slavaukranie🤷🏼♀️