Una serie: Santa Evita
La primera vez que fui a Buenos Aires, encendí el televisor apenas entré en la habitación del hotel y me di cuenta de que ese día era un aniversario de la muerte de Eva Perón. Me lancé de inmediato al cementerio de La Recoleta y terminé escribiendo una crónica de lo que me encontré allí. Lo del culto de Evita -junto al cual el que el chavismo hace con Chávez hoy es insignificante- ya es en sí mismo un tema intrigante; si le agregas ficción, el resultado puede hacer ruborizar a Terry Gilliam o a David Cronenberg.
Esta miniserie argentina, igual que la novela de Tomás Eloy Martínez que adaptó, no es para estómagos sensibles. Pero es una historia difícil de resistir, aunque uno no sepa cuánto hay de verdad y cuánto de ficción, sobre todo viniendo de un autor que solía jugar con esa frontera y que le decía a sus discípulos en los diarios venezolanos “no dejes que la verdad te estropee una buena historia”.
Lo que cuenta Santa Evita no es precisamente cómo Eva Perón se convirtió en un culto político, aunque aquí te haces una buena idea del origen de eso. Tampoco es una crónica del peronismo original y del que, al menos hasta el momento en que recibes este despacho de Cósimo, está de nuevo “gobernando” en Argentina, pero esta miniserie te va a enseñar unas cuantas cosas.
Aunque contiene también una historia de amor, el tema central es una cadena de obsesiones que nada tienen que ver con el cariño, sino con esa mirada ritualista de la política que aprendió de Mussolini el que ha sido llamado el fundador del populismo, Perón, y con la enorme capacidad de los militares asesinos de Argentina para elaborar y absorber perversiones.
Santa Evita es la historia del cadáver de Evita, muerta de cáncer en 1952 y embalsamada de inmediato, por orden de su viudo y en contra de la opinión de la familia de ella, para que durara por siempre. Cuando Perón cae en 1955, los militares que lo tumban deciden ocultar el cuerpo, pero se obsesionan con él. Ahí empiezan a pasar cosas realmente escabrosas, y digamos que la palabra necrofilia alcanza numerosos significados. Hay bastante más en la novela, pero con esta serie te vas a pegar. Rodrigo García, el hijo cineasta de Gabriel García Márquez (quien era muy cercano a Tomás Eloy Martínez), es uno de los responsables. Las actuaciones de Darío Grandinetti como Perón, Natalia Oreiro como Evita y Ernesto Alterio como el coronel a cargo del cuerpo me parecieron de primera.
Una película: Summer of Soul
Yo ignoraba esto por completo. ¿Tú lo sabías? Exactamente el mismo fin de semana del verano boreal de 1969 en que se celebró en una finca el festival musical de Woodstock, del que todo el mundo ha oído hablar como un momento parteaguas y el fin del flower power y etcétera, hubo otro festival musical, en la ciudad de Nueva York, en un parque en Harlem. Se llamó Harlem Music Festival, aunque también se le conoció como el Black Woodstock. La gente que lo grabó en video trató en vano de hacer un especial de televisión con eso. Casi nadie lo cubrió. Y así fue olvidado casi por completo, hasta que el año pasado “Questlove” Thompson hizo este documental con entrevistas sobre lo que ocurrió durante y después de ese evento, y con generoso pietaje en vivo de lo que tuvo lugar en esa tarima bajo un solazo, ante una audiencia compuesta principalmente de vecinos del barrio, niños, madres, abuelos, obreros, empleados del transporte.
Cuando ves la película y te das cuenta del cartel del festival, no puedes dejar de pensar en cómo habría sido estar ahí. Porque yo la verdad no envidio a quienes fueron al barrial psicodélico de Woodstock: envidio a quienes acudieron en cambio al Harlem Music Festival y se comieron un helado mientras escuchaban en vivo a Mahalia Jackson, Mavis Staples, Ray Barretto, Mongo Santamaría, Sly and the Family Stone, B. B. King, Tito Puente, Gladys Night, y hasta Stevie Wonder y Nina Simone. ¿No era como demasiado?
Un libro: I'm Your Man, de Sylvie Simmons
Nunca he sido un gran lector de biografías pero de vez en cuando me encuentro una que me agarra tanto por la vida que está contando como por el contexto histórico que te hace entender asomarse a ella. O, en menor medida, por lo que uno puede aprender de la persona objeto de la biografía. Es lo que me pasó con esta biografía que se lee como una buena novela, en torno a un gran artista al que llegué tarde: Leonard Cohen.
Solo empecé a escucharlo y a leerlo antes de venirme a vivir a Montreal, donde nació, y ahora estoy rodeado de él. Vivo cerca de la casa donde vivía cuando estaba en la ciudad, hay dos grandes murales suyos, y he ido explorando su obra poética, su música y su mundo a lo largo de varios libros, de muchas horas de escucha y de eventos y exposiciones que se han hecho sobre él desde que falleció en noviembre de 2016. Cohen no es una voz de mi generación, digamos, y soy solo una de las personas que lo han descubierto en los últimos años, más allá de “Halleluiah”.
Este libro sirve para atar todos esos cabos y para entender muchas cosas sobre él y sobre esa Montreal en que creció, y que fue uno, no el único, de los polos de su vida. Sylvie Simmons entrevistó a un montón de gente, incluyendo al propio Cohen, y compuso un relato detallado de sus aventuras como niño judío bien portado que a los 13 años hipnotizó a una sirvienta quebecoise para que se desnudara; novelista de vanguardia al que leía gente como Lou Reed; escritor clavado a su máquina bajo el sol de una isla griega; compositor genial que se hizo novio de Joni Mitchell, entre muchas otras mujeres; paciente depresivo que conoció tanto la fama como el olvido, tanto la pobreza como una relativa fortuna; padre remoto y esposo infiel; monje budista; oráculo sardónico de perfecta elegancia.
Escucha a Cohen, o lee sus poemas en este site, y lee este libro, que está traducido. Hay varios documentales sobre él, pero uno muy chévere es el de su relación con Marianne Ihlen, sobre quien compuso “So Long, Marianne”, que tal vez tenga Netflix en tu territorio. Y si quieres saber de los últimos años de Cohen, te hablé ya en Cósimo de su disco final You Want It Darker, pero hay un libro que reúne sus últimos poemas, más dibujos, poemas y discursos como el que dio cuando le dieron el Cervantes: The Flame.
Un álbum: Lámina Once, de El Cuarteto de Nos
La veterana banda uruguaya El Cuarteto de Nos no suena como sus más famosos equivalentes en la orilla occidental del Río de la Plata. Su pop rock con fraseo de hip hop recuerda más bien a Lorenzo Jovanotti, y sus letras no van por lo lírico ni por lo profano sino por el ingenio y la ironía. Tienen ya unos cuantos álbumes a cuestas, llenos de canciones que se quedan con uno tanto por su ritmo como por lo que dicen.
Si no los conoces ya, acércate al álbum que acaban de publicar, Lámina Once, que ofrece los rasgos característicos de El Cuarteto de Nos pero con una capa adicional: a diferencia de otros trabajos anteriores, éste es un apretado, tenso comentario de los tiempos que estamos viviendo. Todas las canciones traducen ese desconsuelo y esa confusión que sentimos quienes nos damos cuenta del daño que han hecho la corrupción de todas las instituciones, el estado general de conformismo (hecho más de renuncias a lo que no se aspira a lograr que de satisfacción por lo logrado) y sobre todo la disolución de las verdades comunes. O, bueno, si no comunes, al menos con cierto grado de consenso.
Una artista: Patricia Van Dalen
Los caraqueños conocemos su arte público, pero en varias otras ciudades ha habido instalaciones suyas, y su arte visual que explora el color por la ancha vía de la abstracción la ha llevado a crear jardines de luz, murales, cerámica, alfombras, obras en relieve, pintura en lienzo y hasta postales tridimensionales. Nacida en Maracaibo, formada en Caracas y en París, y ahora basada en Miami, Van Dalen lleva cuatro décadas de una carrera que muestra tanto consistencia como diversidad. Es decir, lo que logra una inteligencia creativa cuando sabe elegir su ruta, pero de modo tal que sea un camino donde las nuevas experiencias nunca se terminen.
Ella no deja de explorar nuevos materiales y de usarlos para hablar de la migración o de la fugacidad de estos tiempos, así como antes se valía de grandes superficies para desmenuzar la luz del mediodía o sublimar las formas de la naturaleza. Puedes ver su magnífica, estimulante obra aquí y aquí, y leer esta entrevista reciente en la que cuenta cómo hace lo que hace.
Un podcast: The rest is History
Hay podcasts de muchísimos temas; uno de ellos es la historia, un ámbito que ha ido inspirando muchas experiencias de divulgación en las plataformas digitales, y también unas cuantas cuentas muy superficiales o simplemente panfletarias (lo cual no es ninguna sorpresa porque la superficialidad y las versiones interesadas son los enemigos de siempre de la ciencia histórica). Acabo de descubrir este podcast británico que cubre una amplia diversidad de temas de historia antigua y reciente. Su formato es el de una conversación informal y divertida, pero entre dos tipos que saben mucho, los historiadores Tom Holland y Dominic Sandbrook. Me gusta mucho como conectan la actualidad con algo que ocurrió hace mucho tiempo y que te ayuda a entender el presente. Por ejemplo, sus dos episodios sobre los presidentes de Francia desde De Gaulle hasta Macron me resultó muy provechoso, y también el que habla de la historia de la Londres romana mientras recorren la Londres de hoy. Está en todas las plataformas de podcast.
Un artista: Bruno Munari
Había una vez un señor italiano que convertía las cosas en tesoros increíbles y que dejó tras su paso por este planeta un montón de maravillas que quienes le sobrevivimos tenemos la tarea (y tal vez hasta el deber) de descubrir. Así podría contársele rapidito a un niño quién era Bruno Munari (Milán, 1907-1998), artista gráfico, escultor, teórico imprescindible del diseño y otras áreas del saber y, sí, también, un ingenioso autor de libros para niños.
Igual que otros artistas que incursionaron en esta área, Munari empezó a hacer libros para su hijo en los años 40 y creó un fondo que hoy todavía se lee y estudia, pero que también se contempla con fascinación. Porque Munari vació todo su conocimiento no sólo del diseño, la composición y el color, sino también sobre la vida y las cosas que nos llaman la atención en una serie cuya lectura es una experiencia inolvidable. En 1974 ganó el premio Hans Christian Andersen y su obra sigue reimprimiéndose y coleccionándose en el mundo entero.
Juegos con superposición de papeles, troqueles en las páginas que nos permiten asomarnos a las siguientes, textos ingeniosos donde el humor es un recurso sutil y bien logrado y una mirada de asombro, como siempre cabe en la mente de los niños, al mundo de los animales son algunos de los rasgos que podemos destacar de sus libros, pero ninguna lista, por exhaustiva que sea, podría hacerles justicia. Estos son libros para ver, tocar y sentir. Para vivirlos.
En español se consiguen algunos de sus títulos, entre los que destacamos Nunca contentos, Gigi busca su sombrero, El ilusionista verde y El hombre del Camión, pero quienes tengan la dicha de poder leerlo en italiano tendrán acceso a lo más hermoso de su poesía, incluyendo dos de sus títulos más importantes Nella nebbia di Milano (En la niebla de Milán) y Nella notte buia (En la noche oscura), también disponibles en inglés.
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.