Una serie: Sex Education
Ya terminó, y de la mejor manera, esta serie británica, de las mejores en cualquier género que he visto en los últimos años. Así que ya la puedes ver completa en Netflix, seguir todos los arcos de sus personajes, y apreciar el amplio rango de problemas y sensibilidades en torno a la sexualidad que toca Sex education sin ser nunca morbosa, ni didáctica, ni moralista, ni frívola. Corrieron muchos riesgos, y nunca cayeron en la trampa.
Me pregunto por qué esta maravilla no ha tenido mayor impacto. Tal vez porque muchos creerán que es una serie sobre adolescentes y ya. Y es una serie sobre adolescentes, pero no sólo sobre ellos, porque a partir de la trama inicial del joven hijo de una sexóloga (una magnífica Gillian Anderson) que lanza una consulta sexológica en su escuela pese a que él mismo sufre de un paralizante ansiedad de desempeño, se despliega un abanico de tramas principales y secundarias sobre los misterios del amor, el impacto del contexto social familiar y social en la vida íntima, la búsqueda de la individualidad en los años formativos, el duelo del divorcio y hasta la decadencia hormonal avanzada la vida adulta.
Sex Education es un gran producto para entretenerse, para hacer evasión con contenido de calidad, como tratamos siempre de proponer en Cósimo. Pero también, si uno quiere confrontar sus propios prejuicios y tratar de entender mejor a los otros, o incluso a uno mismo, es una serie para asomarse a otras formas de amar, de definirse, de convivir, de descubrirse. En estos tiempos de peleas a muerte que escalan porque simplemente no queremos ni ver ni escuchar a los demás, eso es una gran cosa.
Por si quieres más: una referencia clásica de Sex Education es la obra maestra de John Hughes: The Breakfast Club. Si no la has visto, búscala. Y no te pierdas la música de la serie:
Una película: Bajo la sombra, de Babak Anvari
Alrededor de Halloween te bombardean con ofertas audiovisuales, sobre todo acá en América del Norte. Las plataformas de streaming hacen un gran esfuerzo por acumular contenido para metértelo por los ojos mediante el algoritmo (ese personajillo del que hablamos en la colaboración Cósimo-Inteligencia Natural). Hasta estrenan series, como la muy decepcionante versión de La Casa Usher de Mike Flanagan, y películas de horror, género que conozco muy poco pero que respeto cada vez más por su capacidad para el comentario sobre ciertos aspectos clave de nuestras sociedades.
Sin embargo, en esta oferta hay poca calidad. Hay excepciones como esta película de bajo presupuesto, muy poca música y altísima eficiencia narrativa, donde la cámara, clave para ocultar y revelar cosas y crear suspenso y susto, se usa con mucha habilidad, y donde los actores son ejemplares en sus personajes. Todas estas virtudes comunes en una de las mejores cinematografías nacionales del planeta, la de Irán. Bajo la sombra, de 2016, dirigida por un joven realizador iraní exiliado en Reino Unido, Babak Anvari, cuenta cómo una joven madre se va quedando sola con su hija en su edificio en Teherán, cuando a su marido médico lo mandan al frente en la terrible guerra con Irak, y sus vecinos (cuya diversidad da una idea de la sociedad iraní de esa época) van abandonando la ciudad a causa de los bombardeos.
La entidad terrorífica que comienza a acosar a la madre y a su niña es un símil del miedo, del duelo y sobre todo de la vulnerabilidad de la mujer en una sociedad tradicionalista.
El cine iraní es inmenso, pero para hablarte de otra película hecha desde el exilio, te recomiendo una extraordinaria historia de vampiros, de mis favoritas del género: A Girl Walks Alone at Night, de 2014, dirigida por Ana Lily Amirpour.
Hablando de vampiros, descubrí una de Neil Jordan que me encantó, donde la ecuación vampírica se traslada al imaginario celta. Se llama Byzantium (un título mal puesto en realidad) y la protagonizan Gemma Arterton y Saoirse Ronan.
Otra que va por el terror pero desde la comedia, y me pareció impecable en su género, es española y está en Netflix: Fenómenas, la historia verdadera de tres cincuentonas de Madrid que se hicieron célebres como investigadoras de lo paranormal. Perfecta diversión para un domingo en la noche.
Un libro: El paciente inglés, de Michael Ondaatje
Sigo en la búsqueda que te había contado en un despacho anterior, de grandes novelas finiseculares. Esta lo es respecto a la fecha de su publicación, 1992, pero no en cuanto a su tema, aunque sin duda es una interpretación de ese fenómeno que se ha dado millones de veces en la historia humana y que en este momento se produce ante nosotros: el claro, dramático fin de una época y el comienzo de otra.
Tal vez conoces la trama o te suena: en una villa toscana, una enfermera atiende a un hombre totalmente quemado que dice no saber quién es, pero por lo demás es muy articulado, o más bien exquisito, y es capaz de recordar una gran historia de amor. La acompañan un viejo conocido de ella, una suerte de tío que es un gran ladrón y fue muy útil como espía, y un zapador punjabí, un joven especialista en explosivos del ejército británico. Los cuatro están en una casa sin electricidad que apenas se sostiene en pie, mientras Europa lentamente se libera de los nazis y adquiere conciencia de la devastación que ha sufrido en cinco años de la guerra más pavorosa de la historia.
El cómo se relacionan esos cuatro personajes en ese lugar al mismo tiempo poderosísimo y vacío, y cómo cada uno lidia con sus traumas a su manera, es el movimiento principal de la novela. Pero lo más impresionante de esta obra maestra del narrador y poeta canadiense es la calidad de su escritura.
El paciente inglés es una pieza magistral sobre cómo la belleza pervive en medio del horror. Es una novela histórica que como las mejores de su género no sólo nos transporta a otro tiempo sino que dialoga estrechamente con el nuestro. Y es una meditación sobre cómo las grandes experiencias transforman a los seres humanos y les hacen descubrir sobre sí mismos cosas que desconocían.
Un montón de gente vio la versión fílmica de 1996, repleta de Oscars, con Ralph Fiennes, Juliette Binoche, Kristin Scott-Thomas y Colin Firth en los roles principales. Es un muy buen trabajo de ese tremendo director desaparecido antes de tiempo, Anthony Minghella. Pero inevitablemente se queda corta respecto a ese libro increíble.
Vivo en Canadá y estoy rodeado de libros de Ondaatje, que son muchos. Puedo recomendarte dos más: uno de los más viejos, Coming Through Slaughter, la historia de un trompetista que vivió realmente en New Orleans, con una bella prosa musical; y la novela más reciente, Warlight, una bildungsroman, también de guerra, también sobre las trampas de la memoria, en la Londres de la Segunda Guerra Mundial.
Un album: Brooklyn-Cumaná, de Jorge Glem y Sam Reiner
Un virtuoso del cuatro, venezolano por supuesto, y un virtuoso estadounidense del acordeón, se conocen en Nueva York y encuentran que entre sus músicas, sus modos de tocar y de componer, hay un puente. Lo convierten en un álbum, que mientras escribía estas líneas competía por un Latin Grammy en Sevilla. Brooklyn-Cumaná es un experimento que mientras más escuchas más entiendas y más disfrutas. Sam Reider resulta llevarse de maravilla con los peculiares patrones rítmicos de la música tradicional venezolana. Y Jorge Glem, como lo ha demostrado en su carrera solista y en su trabajo con C4 Trío, no sólo es un instrumentista de gran capacidad sino un músico de amplia adaptabilidad, con un amplísimo lenguaje sonoro. Brooklyn-Cumaná termina siendo un disco donde ocurren muchas cosas, que parten de dos nororientes (Sucre y Nueva York) para llegar a distintos sitios a la vez.
Sí, yo también siento que es una metáfora de nuestra explosión migratoria y de las formas culturales que genera.
Lo que es este album lo explica muy bien en el site de Guataca, el sello de Ernesto Rangel detrás de Brooklyn-Cumaná, uno de los mayores cronistas de la música venezolana hoy, Gerardo Guarache: “Es un álbum prácticamente inclasificable. Un problema para los adictos a las etiquetas. Es world music, pero decir world music es decir todo y nada. Es folk, folclore, música de raíz, pero es más que eso. Es contemporáneo, claro que sí. Es americana; e incluso, algo tiene de jazz, al menos en actitud, en la manera como lo encararon, siempre grabando en simultáneo, como los maestros que son”.
Brooklyn-Cumaná tiene invitados de primera línea, como el maestro cubano Paquito D’Rivera, un gran amigo de la música venezolana, y la cantante guatemalteca Gaby Moreno, que me conmovió en este álbum con la malagueña que compuso Jorge. Pero además es un proyecto que convocó otros altos talentos nuestros, como el ingeniero de sonido Germán Landaeta y el cineasta Hernán Jabes, director de Jezabel, que hizo este videoclip:
Uno no conoce su propia cultura. O al menos yo la conozco poco. Lo bueno es que no dejo de descubrir maravillas. Por ejemplo, no había escuchado bien la obra académica del gran pianista y compositor Evencio Castellanos. En esta grabación está el magnífico poema sinfónico San Cruz de Pacairigua junto con su Suite avileña:
Una artista: Marisol
Su familia era venezolana e hizo muchas cosas en Venezuela. Ella nació en París e hizo el grueso de su carrera en EEUU. Se formó en varios lugares y puede decirse también que nunca dejó de aprender, porque continuamente se aislaba para adquirir nuevas habilidades y cambiar su obra. ¿De dónde era Marisol? A ella no le gustaba mucho ese tema, como en general no le gustaba que la etiquetaran. La exposición retrospectiva que hoy está en Montreal y reseñé acá, pero seguirá hasta Buffalo, Dallas y Toledo (EEUU, no España) habla de su lucha por defender su identidad, por problematizarla, y sobre todo por hacerla tema de una obra que sigue siendo pertinente, incluso más que muchas cosas del Pop Art. Pendiente de si pasa cerca de ti, y si no, tienes cosas de ella en Caracas todavía, y puedes ver mucho en línea, en esta página.
Una película: Elemental
Recomendar una película de Disney/Pixar podría verse como una contradicción de lo que pretendemos hacer en esta newsletter, pero en esta ocasión tengo razones para pensar que vale la pena. Sobre todo porque siento que ha pasado desapercibida.
Fui a verla sin muchas expectativas, la verdad, pero salí gratamente sorprendida. Esta es la historia de una pareja de inmigrantes, Bernie y Cinder Lumen, que llegan de Fireland a Element City, una pujante metrópolis en la que conviven seres vegetales con criaturas formadas de agua y nubes en aparente armonía. La xenofobia de la que son víctimas desde el comienzo los lleva vivir en un barrio apartado, donde montan una tienda de productos típicos de su lugar de origen y a la que irán llegando con los años más y más personas venidas de ese mismo lugar. Un mundo que, a quienes hemos emigrado, nos resulta muy familiar. Y una xenofobia que, con sus matices, también.
Los Lumen tienen una hija, Ember, que va a crecer en este mundo. Y aquí es donde entra lo más interesante, porque esta película se trata de cómo ella se va a relacionar con ese lugar, al que ella pertenece, pero hasta cierto punto, y el mundo de sus padres, al que le debe tanto, pero del que no se siente del todo parte, porque ni siquiera conoce. Y de cómo se siente ella con todo eso.
El director de la cinta, Peter Sohn, hijo de coreanos y nacido en Nueva York, plantea muy bien lo que pueden sentir los inmigrantes de segunda generación con respecto a la forma en la que los ve la sociedad donde están creciendo, las expectativas que tenemos los padres sobre ellos y cómo éstas no siempre están alineadas con lo que ellos desean hacer con sus vidas.
Lo digo así, en primera persona, porque a mí esta película me hizo recordar que una cosa son las razones por las que uno emigra y otras muy distintas las decisiones que van a tomar nuestros hijos en ese nuevo lugar.
Es una película para ver con atención, para abrir conversaciones interesantes y para hacernos preguntas.
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.
Gracias, mano. Has tocado un tema grande y doloroso que merece desarrollo: la brecha que la distancia crea entre nosotros y la cultura y la memoria venezolana que no se digitalizaron
Byzantium la vi en Tubi, que no existe en EEUU, y la peli de Pixar se llama Elemental