(Para quienes leyeron el email de emergencia de ayer: el drama de la chimenea se acerca a un final aparentemente feliz y me pude entender razonablemente bien en mi francés de Valencia con los obreros quebecois; gracias por su paciencia).
Una serie: River
Hay muchas historias de amor que nos conmueven. Innumerables series de detectives brillantes pero complicados. También existen, al menos desde La vida es sueño y Hamlet, grandes obras que juegan con el carácter ambiguo de la locura, con los límites a veces indecisos entre lo que consideramos cordura y lo que consideramos enfermedad.
Pero River es todo eso a la vez, tiene la impecable factura de la mejor televisión británica, dura solo seis episodios de una hora, y se apoya en ese extraordinario actor que es Stellan Skarsgård.
River es uno de esos hombres solitarios a los que se ve hablando solos en la calle. Pero él está hablando con fantasmas, o en todo caso con alucinaciones que lo ayudan a resolver un caso. Es un freak, como Sherlock, como tantos personajes que logran dar con la respuesta a un misterio porque son distintos y ven la realidad como los demás no podemos verla. En esta historia contenida y hermosa se le saca provecho a ese arquetipo en manos de un intérprete capaz de producir todos los matices y contradicciones que el personaje necesita. Puede estar en el Netflix de tu territorio, o si no en Google TV, Sundance o un canal británico. Ten un Kleenex a mano por si acaso.
Una película: Caro Diario, de Nanni Moretti
Bueno, traté de contenerme con esta recomendación porque es una peli muy rara, pero me gustó tanto pero tanto que me fue imposible, así que aquí voy.
Caro Diario es un híbrido de documental con comentario social cuyo resultado es una comedia. El realizador italiano Nanni Moretti intenta escribir un diario del verano de 1993, pero lo que le sale es una película tres-en-uno. Es difícil decir cuál parte es más ingeniosa y divertida. En la primera toma su Vespa y recorre Roma, medio vacía y paralizada por el verano; trata de distraerse con películas horribles, aborda estrellas de cine en la calle, y se sube a una tarima para cantar “Visa para un sueño”. En la segunda hace una gira en ferry por varias islas italianas, una especie de Odisea improvisada, con un amigo que pasa de la indiferencia a la dependencia de los culebrones gringos. Y en la tercera se encuentra con una amplia gama de soluciones absurdas al problema aparentemente fácil de una picazón en la piel. Todo esto en un solo verano, pero no es la típica comedia veraniega en absoluto.
Búscala y me cuentas; en Canadá se puede ver en la plataforma Tubi. Dale un vistazo al trailer aquí.
Un libro: Las grietas de Jara, de Claudia Piñero
A veces uno quiere, o más bien necesita un libro que no puedas soltar, lo que llaman un page turner. Pero tiene que ser bueno porque uno no tiene ya tiempo ni razón para estar leyendo cosas mediocres. Aquí te traigo uno y en nuestro idioma, con menos de 300 páginas que se leen en dos sentadas. Es una novela negra, digamos, pero también una mirada a la crisis de “la mediana edad”, ese término tan compasivo que asume que quienes tenemos entre 40 y 50 vamos a vivir 100 años.
En Las grietas de Jara, un arquitecto profundamente infeliz con su matrimonio y su carrera se enfrenta a un caso en el que el crimen ya se ha cometido, pero las consecuencias están todavía por desplegarse, y no son las que uno espera. Esta trama de edificios con lirios de piedra, cadáveres bañados en concreto y sueños trazados a diario con lápices de diseño tiene lugar en una ciudad ideal para esas historias, Buenos Aires, y es contada por Claudia Piñeiro, una escritora eficientísima, con mucha inteligencia para plantear las paradojas de la desigualdad y mucho ojo para los gestos que traicionan, las palabras que se escapan, los problemas en los que nos metemos cuando hablamos sin pensar. Además es muy dramatúrgica, por lo cual no es sorprendente que haya una versión fílmica, que no he visto.
Piñeiro, a quien conocí fugazmente aquí en Montreal y me cayó muy bien, es una novelista de éxito y ha escrito también Las viudas de los jueves, Elena sabe (finalista del Booker en su traducción al inglés) y la muy buena serie El reino. Es uno de esos casos no demasiado comunes de calidad literaria y buenas ventas.
Un álbum: Heaven and Earth, de Kamasi Washington
El mejor concierto de jazz al que he ido en mi vida, hasta ahora, fue este mes y en el festival de jazz de Montreal. Lo que el saxofonista de Los Angeles Kamasi Washington, quien debe ser uno de los más grandes jazzistas vivos del mundo, desató sobre nosotros con su banda, fue una tormenta. Y apenas eran él -enorme, como un emperador africano retratado por Gustav Klimt- , una corista, un contrabajista, un flautista, un pianista y dos bateristas. Digo “apenas” porque lo que se escucha de sus álbumes de estudio es un montón de gente. Pero con esa formación, en la que todos eran músicos deslumbrantes, y esa jungla de sonido que creaban las dos baterías en el fondo, Washington edificó esa complejidad absorbente que caracteriza su música.
Con casi dos horas y media, el álbum doble Heaven and Earth, de 2018, es el lugar para conocer a Kamasi Washington. Ponlo para trabajar, para leer, para cocinar, para tomarte un trago con alguien. Ponlo de fondo, o escúchalo a solas con audífonos. Te va a hacer bien de todas esas maneras, porque es una obra que tiene tantas capas que siempre te va a dar algo distinto. ¿Qué tipo de jazz es? Pues su sofisticación orquestal te hace pensar en Duke Ellington, pero es volado como el Miles Davis de Bitches Brew, y también tiene mucho del gran R&B de los 70. Es como si más de medio siglo de jazz y de Motown hubiera desembocado en un solo músico que es un gran compositor, arreglista e instrumentista, y solo tiene 41 años. No puedo esperar a ver qué va a traer Kamasi en el futuro.
Una artista: Cristina Troufa
La obra que conozco de esta pintora de Porto, Portugal es muy consistente, tal vez demasiado. Se pinta siempre a sí misma, y sus lienzos son como sketches, inconclusos a propósito. Pero dentro de esos dos parámetros en principio tan estrechos hay mucha variedad, porque se usa como un personaje que puede duplicar en una sola escena, y cuando ves unas cuantas de sus pinturas captas lo que ella te está diciendo: que nunca somos los mismos, que no somos un solo individuo sino varios, que siempre estamos a medio hacer, y que siempre estamos cambiando.
Un podcast: El gran apagón
Gracias a la recomendación del colega substackero Eduardo Norte, llegué a este podcast de ficción español, una super producción en audio más bien. Hay cosas que no me gustan pero no lo he querido dejar de escuchar hasta el final, porque es intrigante, porque realmente te agarra, y porque tiene un aire levemente retro como de serie de los 90 que conecta directamente con alguien de mi generación. Son tres temporadas pero de episodios breves, y todo parte de aquí: una gran tormenta solar apaga las telecomunicaciones y la energía del planeta, y una sociedad global dependiente de internet y de muchas tecnologías se queda de pronto a la deriva. Lo puedes escuchar por varias plataformas desde aquí.
Una película: The Sea Beast
Cuando uno tiene chamos en casa, es una norma terminar viendo las películas de la temporada, independientemente de si uno las hubiera elegido por su cuenta y sus propios criterios o no. Y la mayoría de las veces, termina uno, entre bostezos, pensando en las cosas que tiene que hacer, completamente desconectado de un film lleno de clichés y canciones chillonas.
Por eso me sorprendió muy gratamente The Sea Beast (Chris Williams, 2022), la película infantil de Netflix para este verano. Estéticamente muy atractiva, la historia parte de una idea interesante: ¿qué pasaría si esos monstruos que se representaban en las aguas de los mapas del siglo XVII de verdad vivieran allí y hubiera un grupo de marineros encargado de cazarlos? Pero el film desliza también un tema mucho más cercano y actual: ¿Y si un día descubriéramos que las historias que nos han contado toda la vida y sobre las que hemos construido nuestras propias narrativas personales, estuvieran distorsionadas por los intereses de quienes ocupan el poder? Ante esa posibilidad ¿tenemos el deber de seguir haciendo lo que la tradición espera de nosotros, o por el contrario debemos cuestionarnos nuestra posición en el contexto en el que estamos parados y hacer las cosas de otro modo, aunque eso implique el camino más difícil? Me gustó mucho encontrar esto en una película dirigida a los niños que están creciendo en una epidemia tan convulsa como la actual.
Y hablando de esta época, sé que no faltará alguien cuestione la fidelidad histórica del “casting” de los personajes (aunque esto sea una película animada). En ese sentido sólo tengo que decir que tampoco había monstruos en el mar, y para eso es precisamente para lo que sirven las historias fantásticas. Y bastante falta que nos hacen, a peques y grandes por igual.
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.