Una serie: Las mariposas negras
Está en Netflix esta miniserie francesa que me sorprendió por todos lados: por la complejidad y capacidad de sorprender de su trama; por la calidad de sus actuaciones, en especial del veterano Niels Arestrup; y por la riqueza de su realización, que tiene toda la eficiencia de la mejor televisión de nuestro tiempo, y también la inmensa huella del cine francés, al que esta miniserie parece rendir homenajes explícitos mediante guiños a películas comerciales de los 70 con Belmondo, o audaces experimentos de la Nouvelle Vague en los 60, que cohabitan con la impecable producción de autores más recientes como Olivier Assayas o Julia Ducournau.
Una película: Bardo, de Alejandro González Iñárritu
Ha habido opiniones encontradas entre quienes han visto el largometraje más reciente de este director mexicano, un poco como pasó con Roma, otra obra autobiográfica para Netflix de otro gran cineasta de México, Alfonso Cuarón. La crítica más común que he visto sobre Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades parece tener más que ver con antipatía hacia Gonzalez Iñárritu que con una apreciación sobre la calidad de la película: que es un vacuo ritual de celebración de sí mismo, en forma de una mala imitación de Ocho y medio de Fellini.
Pero a mí me parece que hay que verla.
Sí: Bardo podría ser más corta; podría haber usado un juego de lentes distinto al de The Revenant y Birdman; podría habernos ahorrado volver a pasar por el dolor del tema de la muerte del hijo. Pero: González Iñárritu es un cineasta de filmes largos, porque son tan complejos que no pueden cerrar en hora y media; el director de fotografía acá, el iraní Darius Khondji, lo ha sido también de joyas del cine como Stealing Beauty, My Blueberry Nights, Se7en y Delicatessen; y en cuanto al asunto del hijo muerto, González Iñárritu lo elabora aquí con una honestidad y una belleza que había evadido en los más crudos intentos anteriores.
Bardo no es perfecta. Pero esta ensoñación o delirio de un famoso documentalista que vuelve a México a recibir un premio y a enfrentar su pasado lo deja a uno con algo que no es fácil de encontrar en esta era de saturación de estímulos: escenas que uno no va a olvidar. Una fiesta inmensa en la cima de un edificio. Una despedida simbólica en una playa. Un encuentro con Cortés sobre las ruinas del Templo Mayor de Tenochtitlan. Y eso sólo lo puede hacer el gran cine.
Otras dos películas mexicanas recientes, más modestas, que me gustaron mucho:
En Prime Video, El norte sobre el vacío, de Alejandra Márquez Abella, usa la decadencia física de un típico macho mexicano para contar cómo está cambiando la cultura y la vida de una región entera
En Netflix, El comediante, de Gabriel Nuncio y Rodrigo Guardiola, combina la incertidumbre de qué hacer con tu vida con la terquedad de una vocación artística demasiado específica
Un libro: Klara y el sol, de Kazuo Ishiguro
Con todas las novelas de este gran escritor británico nacido en Japón, tienes que prestar mucha atención a quién está narrando. Cómo su historia personal, sus prejuicios o sus intereses están contando la historia de una manera determinada y no de otra. Porque Ishiguro es un maestro del punto de vista, y dedica mucha de la compleja ingeniería de sus novelas a diseñar las luces y las sombras de ese narrador para que sus lectores vayamos descubriendo lo que no nos dice.
En esta bella novela, tan cuidadosamente armada como Lo que queda del día o Nunca me abandones, la narradora es una androide, o una amiga artificial, Klara, a quien adquieren para que acompañe y cuide a una niña enferma que casi no sale de su casa. El cómo Klara toma decisiones según la misión que se le ha asignado, y sobre todo cómo ella cuenta toda la historia de esa misión, es la estrategia que asume Ishiguro para plantear una pregunta que ha estado flotando desde que los robots aparecieron en la ciencia ficción, décadas antes de que lo hicieran en el mundo real: ¿qué es lo que nos hace humanos? Porque a la hora de imitar la humanidad con una máquina, y de enfrentar el reto de construir una capacidad autónoma y sensible de tomar decisiones, resulta inevitable el dilema de qué es lo que un androide puede hacer, o planteado de otro modo, en qué los humanos somos realmente irremplazables.
Ahora que estamos todos llenándonos de preguntas sobre las possibilidades de la inteligencia artificial, esta novela sobre un escenario en que ya ha comenzado la sustitución de humanos por robots contiene en una gran obra de arte una compleja elaboración de las grandes interrogantes sobre el futuro, como sólo las grandes novelas lo pueden hacer.
A mí me interesa muchísimo todo lo que escriba Ishiguro, y creo que hay que leerlo directamente, ya que toda su obra está traducida. Pero si no lo conoces, tal vez quieras entrarle por las tremendas adaptaciones cinematográficas de sus novelas:
The Remains of the Day, con Anthony Hopkins y Emma Thompson, creo que la única película de James Ivory que me gusta
Never Let Me Go, dirigida por Mark Romanek
Ishiguro también escribió la adaptación inglesa de un clásico de Akira Kurosawa, Vivir, con el gran Bill Nightly
Un álbum: To the Moon and Back: A Tribute to Ryuichi Sakamoto
Ryuichi Sakamoto murió el 23 de marzo. ¿Cómo sintetizar la obra de un músico como él? Hizo muchas cosas y en muchos lugares diferentes, inventando estilos que luego se harían globales, conectando a Japón con el resto del mundo, y a lo clásico con lo electrónico. Colaboró con películas, juegos de video, series de anime, y con músicos de muchos países diferentes. El volumen y la amplitud del trabajo de Sakamoto –que yo sepa el compositor japonés más influyente y reconocido fuera de su país– se intersectan con el de compositores académicos contemporáneos como John Cage o Philip Glass, con el de compositores de música para cine como Hildur Guðnadóttir, con la llamada World Music, con proyectos de jazz experimental como The Cinematic Orchestra (despacho 6 de Cósimo) y The Comet is Coming (despacho 27 de Cósimo), o con artistas del universo ambient, como alva noto y Brian Eno. De hecho, algunos de ellos están presentes en este álbum que Sakamoto alcanzó a producir y publicar el año pasado, que reversiona 23 de sus piezas, provenientes de distintas épocas, junto con distintos artistas, entre ellos uno de sus colaboradores más frecuentes, el brillante músico británico David Sylvian.
Como eso te va a aguijonear la curiosidad, puedes seguir con tres otros álbumes suyos, de tres momentos diferentes:
Su score para la gran película de Nagisa Oshima que coprotagonizó con David Bowie, Merry Christmas, Mr. Lawrence
Su disco Beauty, de los más comerciales que llegó a hacer, es de 1989 pero anuncia mucha música que se hizo varios años más tarde
Su último disco, 12, es el minimalismo más puro, una experiencia casi de meditación.
Un podcast: Grandes infelices, de Javier Peña
No se trata de un podcast con una gran producción, aunque contiene unos cuantos segmentos de audio muy valiosos para escuchar la voz de ciertos grandes autores que uno ha leído pero no oído. Es más bien como sentarse con un amigo que sabe muuuucho de un tema, y siempre está buscando quien lo escuche hablar de su pasión, y crees que será un fastidio pero terminas pasando horas oyendo sus cuentos.
Este escritor y periodista gallego se ha dedicado a investigar las vidas de autores muy complicados y a compararlas con su obra, o más bien a usarlas para entender su obra. Aquí hay historias completamente hipnóticas para un lector. Como la de cómo Patricia Highsmith se puso a hacer terapia con la esperanza de “curar” su homosexualidad, tomó un trabajo en una tienda por departamentos para pagar las sesiones, y terminó enamorándose de una clienta, de la que salió Carol, una de las más importantes novelas lésbicas del siglo XX, sobre la que ella ocultó su autoría hasta los finales de su vida. O la verdadera historia del mito que regó la madre de John Kennedy Toole: que La conjura de los necios se publicó gracias al esfuerzo de ella, luego de que su hijo se suicidara porque ninguna editorial quiso su obra maestra.
Grandes infelices está en Spotify y otras plataformas.
Este podcast tiene que ver un poco con una novela de Peña, Infelices, publicada por la misma editorial que produjo el podcast
Un libro de perfiles de escritores que siempre recomiendo, es el del genial Javier Marías: Vidas escritas
Una artista: Gego
Para los venezolanos de mi generación que se interesan por el arte contemporáneo, Gego siempre estuvo ahí, y era parte del centro de un mundo en el que estaban también Cruz Diez, Soto y Otero; de hecho era la única mujer del grupo de genios más favorecidos por la inversión pública y privada en arte moderno venezolano, ya que la obra de Gego es perfecta para integrarla en la arquitectura y el espacio público. Claro, ella era arquitecta, y diseñadora, pero sobre todo una creadora única, que podía juntar un montón de alambre para elaborar una nebulosa suspendida que te invitaba a imaginar un mundo alternativo.
En fin, que yo creía que todo el mundo conocía a Gego, pero cuando en Caracas Chronicles y Cinco8 publicamos esta crónica de Pedro Graterol, entendí que no era así: que la gente más joven que nació en Venezuela pero ha crecido afuera, como Pedro, nunca había visto una obra de Gego, mucho menos si, como él, no vivía en Caracas. Porque el acceso al gran arte venezolano del siglo XX dependía mucho de en qué parte de Venezuela vivías. Yo mismo, que crecí en la Valencia que celebraba una tremenda bienal de arte en el Ateneo de Valencia, tenía que esperar a visitar Caracas para verlo, y cuando volví a la capital donde nací para acudir a la universidad, me acostumbré a pasar maravillosas horas a solas en el MACCSI, la GAN o el MBA admirando a Gego y sus contemporáneos.
La crónica de Pedro de cómo conoció a Gego en el museo Jumex de la Ciudad de México ilustra tanto el modo en que el chavismo interrumpió la relación de nuestra nación con su cultura (por la situación de los espacios expositivos en el país o por la explosión migratoria), y también cómo el resto del mundo está ahora conociéndola por su cuenta. En este momento, Gego es objeto de una gran retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York, la misma que ya pasó por CDMX. Si por casualidad andas por allá, aprovecha para descubrirla o redescubrirla.
¿Cómo y por qué incluir poesía en la biblioteca infantil? (y II)
En esta segunda entrega dedicada al tema de la poesía ilustrada para los niños quiero darles algunos otros argumentos para explicar por qué creo que este género siempre tiene que estar presente en sus bibliotecas (y las nuestras también, claro está).
Porque tal como afirma la investigadora María Emilia López, “qué lugar le otorgamos a la palabra poética, a la lectura y a la presencia de los libros en la vida de los niños es una pregunta por la capacidad de pensamiento de una sociedad, por su habilidad para inventar y revertir el estado de las cosas”.
La poesía es indispensable porque enriquece el vocabulario y le da a los pequeños vías para aprender a jugar con el lenguaje. Además, establece vínculos con la tradición oral y se reproduce una y otra vez, muchas de ellas inconscientemente, en todas esas retahílas, adivinanzas, trabalenguas, nanas y arrullos.
Del lado de los libros ilustrados, la poesía publicada en este formato duplica el deleite de mirar, porque se mira la palabra que se lee y se recita, pero también se contemplan las imágenes, que pueden ser en sí mismas poemas visuales, porque la poesía ilustrada no simplemente “ilustra” un poema, sino que lo agranda, le agrega otra dimensión por encima del texto. La buena poesía ilustrada lleva al joven lector sobre su lomo un rato y luego le deja consigo mismo en esa grieta: en un espacio para el asombro, y con algo para llevar al territorio de los juegos, de los sueños, de las ilusiones y de su propia elaboración de la realidad.
Antes de entregarles otros títulos que me han conmovido profundamente en este pequeño asomo a este riquísimo género, quiero añadir a la lista una razón, muy personal, para tener en cuenta sobre este tema. Y tiene que ver con los niños y niñas hispanohablantes que, por la razón que sea, crecen en un país donde se habla otro idioma. Esto lo digo desde la experiencia y con el corazón: no hay mejor manera de transmitir nuestra lengua que a través de la literatura de alta calidad de autores vernáculos y la poesía lleva en esto la bandera, porque me parece indispensable que los niños enriquezcan su español de la mano y la pluma de sus poetas.
Ahora sí les dejo otros títulos para comenzar a armar esa biblioteca poética para la infancia que, como les adelanté en la entrega pasada, llegará para quedarse.
Cajita de fósforos - Selección de Adolfo Córdova / Ilustraciones de Juan Palomino (Ekaré, 2020)
El libro que canta - Yolanda Reyes / Ilustraciones de Cristina López (Loqueleo, 2005)
Poemas para leer en un año - Horacio Cavallo / Ilustraciones de Matías Acosta (Calibroscopio, 2019)
Paisaje de un día - Federico García Lorca - Isol (Calibroscopio, 2020)
Cynthia Rodríguez es la fundadora de UpaUpa, una web para la preservación de nuestra lengua y la promoción de la lectura en la infancia.